26 jun 2019

Prólogo



Prologar este libro es una emoción inmensa, profunda y significativa para mí, como hija de ejecutado político, representando a la Agrupación de Familiares, que me han dado la confianza para dejar estas palabras escritas. Es un libro que muestra a las personas vistas tal como lo conocieron sus familiares, sus hijos, hijas e incluso nietos, sus amigos, compañeros, compañeras, quienes compartieron y convivieron con ellos y después los extrañaron. Un esfuerzo que abarca a ejecutados políticos y detenidos desaparecidos de los sitios que figuran en el proyecto del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio denominado “Identificar nuevos lugares de Memoria, en las comunas de Chañaral, Tierra Amarilla, en la Universidad de Atacama y el Terreno de la Agrupación, en la comuna de Copiapó”.
Este libro es un documento de memoria, hemos decidido escribirlo para rescatar del olvido y reinsertar en la memoria colectiva a nuestros queridos compañeros, en él nos hacemos cargo de la historia ausente de cada uno de los ejecutados o detenidos desaparecidos, en los lugares que instalaremos placas memoriales.
En el largo camino de la justicia, la Agrupación de Familiares y Amigos de Ejecutados y Detenidos Desaparecidos de la Región de Atacama se conformó el año 2014 y el 2017 comenzamos a postular proyectos en el entonces Consejo Nacional de la Cultura y Las Artes en nuestra zona; ante la necesidad de construir memoria y rescatar los relatos vivos de las familias; y ante quienes ya no pueden alzar su voz, estamos nosotros para contar su historia. Hemos querido hacer un homenaje digno a cada uno de los que se encuentran en este proyecto humano.
El año 2017 comenzamos como Agrupación  a  instalar  lugares de memoria; dejamos emplazadas placas conmemorativas de ejecutados y detenidos desaparecidos en Diego de Almagro y Vallenar, y este año 2018 quisimos continuar con las otras comunas donde también hubo víctimas de la dictadura. El proyecto financiado por el Fondo de las Culturas, las Artes y el Patrimonio 2018 tiene por objeto identificar nuevos sitios de memoria en la Región de Atacama.
Esta iniciativa busca que la ciudadanía recuerde los hechos ocurridos, con el fin último de promover el respeto a los derechos humanos, a través de la instalación de placas conmemorativas, acompañadas de jornadas de mediación con establecimientos educacionales de los sitios identificados: conversatorios en las comunas de Chañaral, Tierra Amarilla y Copiapó y así mismo se realizará una investigación al regimiento de Copiapó como sitio emblemático de memoria por tratarse de un  recinto de prisión y tortura en el que sufrieron las víctimas de la represión política.
En 1974, en Chañaral fue detenido desde la escuela el profesor Guillermo Rojas Zamora y hasta el día de hoy sigue desaparecido.
En Tierra Amarilla fue asesinado en su casa José Espejo Espejo (1976) y Pedro Acevedo Gallardo (1975) fue arrancado de su hogar y desaparecido desde el Regimiento Copiapó.
En la Comuna de Copiapó, queremos avanzar en la instalación de una placa conmemorativa en la Universidad de Atacama, donde estudiaban Guillermo Vargas, Atilio Ugarte Guerra, Pedro Acevedo Gallardo, Carlos Quiroga, Dagoberto Cortés, Hugo  Alfaro, José Manuel Guggiana, Luis Segovia y Raúl Larravide López, este último al momento de su detención, era el Presidente de la Federación de Estudiantes de la UTE, sede Copiapó. Edwin Mancilla Hesse, era estudiante de pedagogía en la Escuela Normalista que era parte del recinto universitario. Como profesores estaban Pedro Pérez Flores, Winston Cabello y Néstor Leonello Vicenti; y Alfonso Gamboa, profesor Escuela Normalista.
La recuperación de la  memoria histórica es parte del Patrimonio Inmaterial de nuestro país y por ende es fundamental en nuestra cultura, ya que contribuye a fortalecer los valores de integración, respeto, tolerancia, participación, entre otros.
Las memorias- en plural porque pueden ser muchas y diferentes – son una construcción social, cultural, política, no se encuentran constituidas de una vez y para siempre, sino que se modelan de acuerdo a los intereses y significados que la sociedad y sus organizaciones le van otorgando cada tiempo.
Por ello, conocer acerca de los Derechos Humanos y reconocer el valor de la memoria colectiva en el desarrollo de nuestras vidas, no es suficiente, también debemos desarrollar habilidades y actitudes para actuar juntos en la defensa, promoción, protección y educación de ellos, logrando cambios personales y sociales necesarios para la creación de una cultura nacional de respeto a los Derechos Humanos.
A 45 años del inicio de la dictadura cívico-militar y 28 años  de democracia,  sabemos que desde el mismo 11 de septiembre de 1973 empezó la política de extermino, muerte, desaparición, exilio, prisión, relegación y exoneración de todo trabajador, mujer, profesional, estudiante, que hubiera sido parte del  Gobierno de Salvador Allende. Se tenía que borrar todo vestigio de dignidad, compromiso, solidaridad, convicción y trabajo colectivo. Es así como llegó la tragedia  a nuestras vidas.
Fue en estas circunstancias que un grupo de valientes mujeres, desafiando todo el terror que se vivía en esos años, se atrevieron a unirse para conformar la Agrupación y, de modo organizado, entregar solidaridad y buscar la forma de denunciar los crímenes que se estaban cometiendo. Los integrantes de la Agrupación desarrollaron distintas forma de resistencia como los encadenamientos públicos, huelgas de hambre, tomas de organismos internacionales y la permanente protesta en la calle.
Agradezco a cada una de las mujeres, a las Agrupaciones que nos antecedieron y que dieron la lucha en momentos muy difíciles, a cada uno que peleó para encontrar la verdad, la justicia, la reparación. A nuestros compañeros y compañeras de la agrupación que me han apoyado y me han dado la posibilidad de dirigirla, a todos por su trabajo colaborativo.
Los sobrevivientes, los familiares, las víctimas, sus amigos declaran como postura ética “no olvidar” para  que nunca más vuelva a ocurrir tanta muerte, tanto dolor y miedo, tantas pérdidas en nuestra sociedad.
En su memoria por las nuevas generaciones, a 45 años de tan horrendos crímenes, de la dictadura cívico militar  y 28 años de democracia, podemos decir con fuerza a sus familias, amigos, organizaciones de derechos humanos y a toda persona consciente del respeto a los derechos humanos, que a una persona, una familia y un pueblo de raíces profundas ni el viento lo derribará.
Hoy, como ayer, con la esperanza de un Chile mejor, reiteramos nuestro compromiso por la verdad, la justicia, la memoria y la reparación integral hasta hoy pendiente para los familiares y las víctimas.

Ingrid Aguad.
Presidenta Agrupación de Familiares y Amigos de Ejecutados Políticos y Detenidos Desaparecidos de Atacama

Caravana de la muerte en su paso por Copiapó




Alfonso Ambrosio Gamboa Farías.
Atilio Ernesto Ugarte Gutiérrez.
Fernando del Carmen Carvajal González.
Agapito del Carmen Carvajal González.
Winston Dwight Cabello Bravo.
Manuel Roberto Cortázar Hernández.
Raúl del Carmen Guardia Olivares.
Raúl Leopoldo de Jesús Larravide López.
Edwin Ricardo Mancilla Hess.
Adolfo Mario Palleras Norambuena.
Héctor Leonelo Vincenti Cartagena.
Pedro Emilio Pérez Flores.
Jaime Iván Sierra Castillo.
Ricardo García Posada.
Maguindo Castillo Andrade.
Benito Tapia Tapia.

Estos son los nombres de las víctimas de la Caravana de la Muerte en su paso por Copiapó. Dos días duró la fatídica visita del General Sergio Arellano Stark, con su comitiva de oficiales a esta ciudad. Todo comenzó cuando el helicóptero Puma aterrizó, alrededor de las ocho de la noche. Era un 16 de octubre. Arellano portaba un documento firmado por el Comandante en Jefe del Ejército donde le daba amplias atribuciones en materia de detenidos por razones políticas. Él quedaba a cargo de las decisiones.
Según consigna el expediente judicial, el grupo de Arellano Stark junto a militares del regimiento Atacama llevaron a cuatro detenidos en el regimiento a un camión, se detuvieron en la cárcel de Copiapó, desde donde sustrajeron a nueve prisioneros más y en el mismo vehículo se dirigieron a la Cuesta Cardone, se alejaron unos 200 metros de la carretera, los hicieron bajar  y les dispararon.
Rubén Herrera es un sobreviviente. Él estuvo detenido desde el 2 de octubre en el regimiento. Se entregó luego que lo amenazaran con detener a su esposa si no lo hallaban. En el regimiento cuenta que se encontró  con Leonello Vicenti, Pedro Pérez, Winston Cabello, Jaime Sierra, entre los que recuerda como sus más cercanos. A Leonello lo trasladaron a la cárcel previamente a la llegada de la caravana.
Un mes antes, Rubén había sido operado de una úlcera gástrica, razón por la cual comenzó a sangrar luego de las sesiones de tortura, con electricidad, golpes de botas militares en su estómago. El día 16, la hemorragia era muy fuerte y perdía el conocimiento, razón por la cual un militar lo llevó a la enfermería, lugar desde donde pudo escuchar al grupo de militares que deliberaba sobre los nombres de quienes iban a matar. La enfermería estaba ubicada en una sala contigua a la fiscalía.
- Yo escuchaba, cuando estaba consciente, una lista de nombres. En esa lista me mencionaban a mí, pensé que era para asustarme, pero también que era real. Horas antes que los mataran vi a Winston Cabello, le dije ‘nos van a matar’, le conté lo de la lista, que la decían en voz alta y que nos iban a matar… vi que le corrieron las lágrimas y no pude abrazarlo porque había un soldado entre nosotros. Esa fue la última vez que nos vimos –relata Rubén recordando ese trágico momento.
Pero la suerte entonces estuvo de su lado, al menos para él, porque llamaron a un médico y en vez de acudir el titular, llegó otro, el mismo doctor que había operado a Rubén un mes atrás, quien fue muy firme en decir que se encontraba en peligro de muerte y debía llevarlo inmediatamente al hospital. Así se hizo. Horas más tarde, durante la noche, llegó Armando Fernández Larios con varios militares más a buscarlo a la sala donde estaba hospitalizado. Rubén se estaba levantando siguiendo las órdenes del oficial cuando el médico apareció en la habitación, se enfrentó a la comitiva e impidió que se lo llevaran. Eso le salvó la vida, un médico que se interpuso ante la decisión de la comitiva. En el hospital, ya más seguro, lo hicieron dormir mediante calmantes. Sólo dos días más tarde despertó y se enteró de la terrible noticia que la lista había sido real y sus compañeros ejecutados.
En la ciudad, a través del diario y las radios el día siguiente conocieron la información entregada por el gobierno, en torno a que los prisioneros iban a ser trasladados a la Cárcel de La Serena y que, ante un desperfecto mecánico del vehículo, intentaron arrancar y por esa razón fueron fusilados amparados por la ley de fuga.
Fue una forma terrible de enterarse que los habían matado. Sus familiares supieron, como gran parte de la población, que la supuesta fuga era una mentira. Por disposición del administrador municipal del cementerio  –quien se rehusó a autorizar que se enterraran cuerpos sin la inscripción legal correspondiente-   las trece víctimas fueron reconocidas por el Registro Civil. Un funcionario tuvo la difícil tarea de tomar sus huellas. Los sepultaron sin tumbas en un sitio sin identificar del Cementerio Municipal de Copiapó, el que cerraron al público. Sus cuerpos no fueron entregados a sus deudos.
Los detenidos que provenían de la División Salvador de Codelco Chile, Benito Tapia, Ricardo García y Maguindo Castillo fueron ejecutados horas más tarde, durante el día 17 de octubre y hasta la actualidad sus cuerpos no han sido encontrados.
La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de Atacama ha alzado la voz respecto que Arellano Stark y sus hombres los asesinaron en el Regimiento Atacama -hoy Rafael Torreblanca-, tomando en consideración varios elementos. El primer antecedente son los peritajes realizados a los cuerpos en 1990 cuando los encontraron en la fosa clandestina. En una declaración pública emitida al conocerse el fallo judicial final declararon:
“Inmediatamente después la comitiva de la Caravana de la Muerte, según testigos militares de la época, los llevaron a todos al regimiento local y no a la Cuesta Cardones donde supuestamente los fusilaron. En la madrugada del 17 de octubre de 1973, los asesinaron a todos, en el mismo momento y en el mismo lugar al interior del Regimiento. Diecisiete años más tarde, el 27 de julio de 1990 se halló la fosa clandestina donde habían sido escondidos los cuerpos de los 13 ejecutados de Copiapó, y donde no estaban los tres ejecutados de El Salvador. En los exámenes de peritaje en Instituto Médico Legal sólo se encontró una bala en uno de los cuerpos, el resto eran sólo cortes de corvos, cuchillos, yataganes, quebraduras de cráneos y quemaduras de sopletes. Lo que se puede demostrar con las imágenes del momento en que los cuerpos fueron desenterrados de la fosa”.
El año 1990, respecto se iban conociendo antecedentes de los peritajes hechos a los cuerpos al exhumarlos, ante la presencia de familiares de las víctimas, fueron publicadas noticias en medios de comunicación que daban cuenta de la brutalidad y extrema crueldad de los victimarios.
“Tres de los cuerpos fueron encontrados decapitados” consigna Diario Atacama del 31 de julio de 1990. Y en la conferencia de prensa entregada por la agrupación de familiares, Angélica Palleras -hermana de Adolfo Palleras- detalla “ellos fueron encontrados en una fosa común a la que habían sido tirados como despojos y con claras huellas de haber sido masacrados”. Mientras que el abogado Erick Villegas, citado en la misma nota, detalló que los cuerpos fueron quemados en la fosa con el fin de impedir su identificación, la que tenía una profundidad cercana a los 30 centímetros y cubierta con dos sacos de cal.
Otros indicios de la alevosía aparecen en el libro “Historia de un hombre que se negó a huir” de Zita Cabello. En él relata la entrevista que le hizo al funcionario del Registro Civil, Víctor Bravo, a quien los militares fueron a buscar a su domicilio el día miércoles 17 de octubre a las 19.00 horas y sin ninguna explicación lo condujeron hasta el regimiento donde lo hicieron esperar cerca de cuatro horas. Alrededor de la medianoche, un oficial nuevamente lo hizo subir a un jeep militar rumbo al cementerio.
“Abrieron la puerta de atrás del cementerio y entramos con el jeep. Estacionaron el jeep al lado de un camión. Vi a alguna gente paseándose. Estaba oscuro. No podía verles las caras. Muchos de ellos me conocían, porque me saludaron por mi nombre. Una vez adentro, reuní todo el valor necesario para preguntar por qué me habían traído hasta ahí. En ese momento, encendieron las luces de un camión y, apuntando hacia el suelo, alguien dijo ‘para esto’. El libro omite el relato sobre el estado de los cuerpos dado por este funcionario, sólo nos dice que hubo lágrimas entre esas palabras y que ella terminó muy afectada y con náuseas.
El libro de Patricia Verdugo “Pruebas a la Vista”, en cambio, da más antecedentes sobre lo que observó este funcionario: “Fue terrible la identificación de esos cadáveres, considerando que conocía a muchos de ellos. Lo que más me impresionó, entre otros, fue ver el cuerpo de Alfonso Gamboa, a quien le faltaba casi toda la mandíbula y su cuerpo —piernas, brazos y manos—presentaba muchos balazos. Todos los cuerpos presentaban este tipo de heridas (...) Algunos estaban degollados y con heridas cortantes. Todos los cuerpos estaban acribillados y con múltiples heridas a bala. Por ejemplo, a Jaime Sierra le faltaba un ojo y Leonello Vincenti, quien era profesor del colegio de mi hijo, presentaba heridas con arma blanca en su cuerpo. Entre ellos también reconocí a un niño, estudiante de Pedagogía, a quien había casado días antes; también a Pedrito Pérez y a tantos otros. Fue todo realmente triste e impresionante. Los cuerpos, en total, eran trece”, detalla el libro de investigación.
En otro capítulo del texto escrito por  Zita Cabello, explica que en el informe de autopsia hecho a los trece cuerpos, aparece que el de Winston Cabello no tenía heridas de bala, por el contrario la causa de muerte fue “trauma torácico producido por un objeto afilado”. La autora también relata el diálogo sostenido en noviembre de 1974 con su amiga Ximena de la Barra sobre cómo había perdido la vida su hermano: “un teniente llamado Armando Fernández Larios lo mató abriéndole el abdomen con un corvo. Fernández le confesó personalmente el crimen a un amigo mío que es siquiatra. Dijo que el camión que llevaba a los presos se detuvo veinte minutos, al sur de Copiapó, en un lugar llamado Cuesta Cardones. Todos los guardias habían estado bebiendo, empujaron a los presos fuera del camión y los obligaron a correr por el desierto. No dejaron de reírse mientras mataban a sus víctimas. Tu hermano desafió a Fernández Larios a matarlo ahí mismo. ‘No pienso correr’ le dijo Winston. ‘Nadie podrá acusarme de tratar de escapar’. Winston había adivinado el plan de los militares. Fernández estaba furioso con su actitud desafiante y lo golpeó. Después, sacó su cuchillo militar y le abrió el abdomen” señala en su libro.
En abril de 2017 la Corte Suprema condenó a seis miembros del ejército en retiro, Sergio Arredondo, Pedro Espinoza, Patricio Díaz, Ricardo Yáñez, Waldo Ojeda y Marcelo Marambio, por las ejecuciones correspondientes a los detenidos provenientes de Copiapó y por secuestro calificado a las víctimas provenientes de El Salvador. Las penas fueron por 15 años y un día de presidio a los ex oficiales del ejército Arredondo y Espinoza, en calidad de autores de los delitos, y de 11 años de presidio para Patricio Díaz como autor de homicidio calificado de las trece víctimas.
En tanto, los ex oficiales del ejército Ricardo Fernando Yáñez Mora, Waldo Antonio Ojeda Torrent y Marcelo Arnaldo Marambio Molina recibieron penas de 10 años y un día de presidio, por su responsabilidad en los mismos delitos.
La caravana de la muerte recorrió también las ciudades de Cauquenes, La Serena, Calama y Antofagasta asesinando a setenta y cinco presos políticos.

UN EXPEDIENTE HISTÓRICO

Carmen Hertz fue la primera en romper el paradigma de la época en materia judicial e interponer una querella por la muerte de su esposo a manos de la caravana de la muerte en su paso por Calama. Angélica Palleras se enteró de este hecho y comprendió que era importante pedir justicia. La primera respuesta, cuando viajó a Copiapó y se sentó en la silla del funcionario del obispado que trabajaba en esta materia fue que era imposible. Ella no quedó conforme con esa contestación y decidió conversarlo con el Obispo Fernando Ariztía.
La puerta estaba siempre abierta para los familiares de las víctimas de la dictadura como también para quien lo necesitara. El Obispo la saludó cariñosamente y la escuchó con atención. Estuvo de acuerdo, y le recomendó al abogado Erick Villegas, que trabajaba con el obispado, diciéndoles que había salvado hartas vidas con su trabajo a través de acciones judiciales, liberando a jóvenes,  sobre todo estudiantes, alguien muy comprometido con su labor.
La querella interpuesta por Carmen Hertz se cerró muy pronto. En cambio, Angélica, comenzó a trabajar con Erick Villegas. Él le entregó una ficha y acordaron un método de trabajo para probar  lo ocurrido con las víctimas de la caravana de la muerte y así demostrar que no habían sido ejecutados bajo la ley de fuga.
Angélica recuerda lo que fue ese trabajo, arduo y emocionalmente muy duro, pero también reconfortante.
-Él me dijo ‘necesito saber quién era tu hermano, a qué se dedicaba, donde lo detuvieron, testigos, donde se lo llevaron y que pasó con su periodo en la cárcel’. Hice un trabajo puerta a puerta, en las poblaciones donde estuvo, quién lo ayudó, personas que estaban en la cárcel, vecinos o que lo vieron en el regimiento, compañeros presos. No fue fácil porque había mucho miedo, ex presos políticos cerrados, pero otros hablaban, me fue bien con la gente, con los pobladores, porque mi hermano era dirigente en las poblaciones del campamento Arnoldo Ríos.  Inclusive tuve testimonios que fueron fundamentales que dieron militares de las poblaciones, en la casa de una señora me hicieron esperar y me acuerdo que un militar entró por las paredes… y en el patio, ahí llegó, se sentó y me dijo ‘hágame todas las preguntas y le voy a cooperar’ –cuenta Angélica sobre la búsqueda de testigos y testimonios.
Fueron dos los que colaboraron con la investigación, que estuvieron en el regimiento usando un uniforme. Le contaron que fue una noche de terror, que el olor de la sangre se sintió y el aire estaba caliente. Escucharon los gemidos del dolor de las víctimas y el placer y la prepotencia con que cometieron el crimen los militares que venían de afuera, en el helicóptero, le dijeron que vieron salir cuerpos en bolsas de polietileno y los cargaron en un camión donde la sangre chorreó. Que después, cuando esos vehículos volvieron al regimiento, les costó lavarlos, la sangre permanecía. Que el trauma para ellos no pasó. Fue un episodio de su vida que nunca olvidaron.
También le dieron alguna información para en base a argumentos militares dieran cuenta que se trataba de un montaje: si los hubiesen trasladado realmente deberían haberlos llevado al norte y no al sur, porque la jurisdicción militar estaba en Antofagasta; indispensable el uso de escolta, vigilados por guardias armados dentro del camión –sólo iba un chofer y un copiloto- y no podrían haber abandonado el regimiento con tantos detenidos sin antes haber revisado el vehículo, con el fin de evitar averías.
Para sorpresa de muchos, esta causa prosperó bastante, hasta que un juez se declaró incompetente y lo envió al tribunal militar. Pero la causa fue una de las que sirvió de base para la querella contra Pinochet en España, la que permitió el desafuero de Pinochet y también para muchas posteriores en diversos lugares del país, que fueron dando cuenta de lo sucedido con la caravana de la muerte.
Llegado los años ’90 y ya con las exhumaciones de los cuerpos hechas y un nuevo proceso donde agruparon todas las querellas correspondientes a víctimas de la caravana en una misma ciudad –por episodios- Angélica continuaba preguntando por qué no habían establecido que las víctimas murieron bajo tortura en el regimiento. Habló con el Juez Guzmán, quien llevaba los casos y le aconsejó que pidiera la causa completa, ya que ahí debía estar el informe tanatológico. Eso hizo y para su sorpresa, no estaba.
Ese informe se perdió cuando estuvo en los tribunales militares. Por eso ahora Angélica está trabajando con un equipo en un libro que sirva para esclarecer lo acontecido:
- Estoy escribiendo un libro sobre  la caravana, para entender que era ese avión volando dejando muertos, quiénes son ellos, de dónde vienen, quién los mandó y ahí empecé a trabajar y a esta altura puedo comprobar en toda la investigación que esto fue una misión de la CIA, porque había que endurecer al ejército rápidamente, a los altos mandos regionales, pedirles los prisioneros y matarlos… deshonrar a los mandos locales y someterlos a uno central, porque había que matar, eran enemigos de guerra, una guerra fría que existía en el mundo donde estaba Estados Unidos y el socialismo y todo aquel que sea, parezca, piense comunista hay que matarlo y eso es lo que debía tener claro el ejército chileno y los debía declarar su enemigo… y para pensar así mataron a los propios militares chilenos – me cuenta Angélica Palleras sobre ese texto donde promete que recuperará gran parte de la información perdida. 
En la actualidad, la agrupación de familiares y amigos de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de Atacama sostiene que las víctimas de la caravana de la muerte perdieron la vida a causa de torturas en el Regimiento, y que esta verdad no quedó establecida en el expediente judicial debido a la pérdida de los documentos relativos a los peritajes a los cuerpos realizados en 1990 que así lo acreditaban, la que se produjo mientras dichos antecedentes estaban en manos de la justicia militar. Por esa razón, cada año al recordar este hecho, hacer una velatón, una romería o visitar el memorial en el cementerio siempre recuerdan esta verdad, para que no se pierda en el tiempo.
Todos los 17 de octubre en Copiapó se realiza una conmemoración de la Caravana de la muerte, fotografía de 2018 en el cementerio de Copiapó.


Universidad de Atacama -UTE- Escuela Normal



En la década de los setenta, existía la Escuela Normal Rómulo J. Peña, que formaba a las nuevas generaciones de profesores. También funcionaba la sede de Copiapó de la Escuela Técnico del Estado, UTE, donde se ubicaba la Escuela de Minas. Con la formación de la Universidad de Atacama ambas instituciones pasaron a formar parte de la UDA.
En estas páginas, recordamos a quienes fueron profesores y estudiantes de sus antecesoras, como también de la actual Universidad de Atacama, todos ellos víctimas de la represión política de la dictadura.

Alfonso Gamboa, un educador en la Radio Atacama



Desde 1968, cada día Alfonso Gamboa terminaba sus clases en la Escuela Normal y en las tardes llegaba a dirigir la Radio Atacama. Tenía un programa de actualidad, donde su cultura y pedagogía se mezclaban para enseñarle al auditor siempre algo más. Su idea de un comunicador era la de un profesional con un conocimiento amplio, para hacer un aporte verdadero a quien le estaba escuchando de manera de que cuando dijeran “la radio lo dijo” fuera algo indesmentible, certero y educador.
Hijo de una modista y un funcionario de ferrocarriles del Estado, era un copiapino neto, con cuatro hermanas: Fresia, Germana, Nidia y Ana María. Estudió en la Escuela de Aplicación anexa a la Escuela Normal Rómulo J.Peña. Estudiante sobresaliente, premiado en más de una oportunidad por obtener primeros lugares en sus cursos, decidió continuar sus estudios en la Escuela Normal. Su compromiso social se reveló a través de su carrera también, con cursos de alfabetización para trabajadores en la década de los sesenta, como profesor de escuela y posteriormente de la Normal, entidad formadora de las nuevas generaciones de docentes. Con su esposa, Adi Araya, tuvo dos hijos: Adi y Alfonso.
De estatura mediana, contextura gruesa que con los años comenzó a moderar, tenía un trato agradable y amistoso. Una persona descrita como carismática por quienes le conocieron. Segundo Iriarte llegó muy joven a Radio Atacama, siendo estudiante aún de enseñanza media y en la medida que se dedicó finalmente al trabajo radial, presenció como la emisora pasó a manos del Partido Socialista al iniciar la década de los setenta. Así se transformó en la emisora del gobierno, la que orientaba a los trabajadores y a la comunidad respecto a lo que estaban viviendo, donde Gamboa jugaba un rol importante.
- Fue un hombre muy valiente y comprometido con sus principios políticos. Fui testigo de dos ocasiones donde él supo ponerse en su lugar como director de un medio de comunicación que era parte de un gobierno. Recuerdo que llegó el comandante del Regimiento Atacama en ese entonces, coronel Oscar Haag, a decirle que no llamara a la gente a salir a la calle porque provocaría un caos. Horas antes la oposición se había manifestado en las calles y Gamboa pedía que saliera el pueblo a defender su gobierno. Le dijo al comandante: ‘mire, usted puede mandar a sus subalternos, pero acá en la radio mando yo, así que retírese’. Eso fue el año 72, cuando estaba el primer paro de los transportistas -describe Segundo, sentado en el locutorio de la actual Radio Universidad Atacama, donde hoy se desempeña.
La radio cumplía su rol a cabalidad. Allí, además, se hacían muchas reuniones políticas del PS, como también de la coalición de gobierno. Era filial de la entonces gobiernista Portales, quien la abastecía de las noticias nacionales. Transmitían un programa de comentarios “Trasfondo de la noticia”, donde participaba Gamboa, Mario Marín y Francisco Molina. Allí el director proporcionaba el contexto de lo que estaban viviendo, por ejemplo, que el financiamiento del paro de los camioneros se estaba haciendo con dineros norteamericanos o que el desabastecimiento era producto del boicot realizado por parte de los empresarios al gobierno de Allende.
Gabriel Indey, por aquel entonces estudiante de enseñanza media y presidente del centro de alumnos del Liceo Católico Atacama, se hizo cargo de un programa en la radio, destinado al público juvenil:
-Nosotros teníamos muy buena llegada como partido juvenil en el alumnado en Copiapó, entonces del partido me comisionaron para que me hiciera cargo de ese programa que era de los partidos de la unidad popular, iba en representación del MAPU y como hablaba más o menos bien, tenía ideas claras al respecto, empezamos hacerlo, duraba aproximadamente 45 minutos. Era conversación y música – recuerda mientras cuenta que las canciones elegidas solían ser de Quilapayún, Inti Illimani y Rolando Alarcón.
La segunda vez que Segundo vio en acción al hombre de las comunicaciones comprometido con su oficio que vivía en Alfonso Gamboa, fue el día mismo del golpe. Se encontraron en la puerta de la radio, muy temprano. Por la Portales había escuchado lo que estaba sucediendo en Santiago, en La Moneda. Alfonso se hizo cargo de la locución, informando que los militares estaban atacando al gobierno democrático y que todos los seguidores del gobierno debían estar alerta.
-Con mi poco conocimiento que podría ocurrir una cosa de esta naturaleza, vi que su actitud fue valiente. Ya se habían dado a conocer bandos donde ponían de advertencia a quienes no los cumplieran lo que iba a pasar con ellos. Todas las radios debían silenciar sus ondas. Transmitimos hasta las 11 de la mañana -cuenta Segundo sobre esa agitada mañana en que él se mantuvo en el locutorio, podía ver a Gamboa detrás del vidrio, a su lado estaba Martínez controlando.
A las 11 de la mañana llegó el teniente Enrique Hales, les solicitó apagar las transmisiones y desalojar la radio. Fue un proceso tranquilo, donde les dieron tiempo para retirar sus pertenencias con cierta calma. El personal fue a reunirse a una sala de una escuela cercana, les preocupaba cuando podrían volver a abrir la emisora y el obtener sus sueldos correspondientes a agosto. José Zepeda, el gerente, se dirigió entonces al banco a retirar los dineros para cancelar los sueldos, pero se encontró con que la cuenta había sido cerrada. A Alfonso, en particular, le interesaba que los militares no transformaran la emisora en una estación de bandos y marchas militares. Por eso le pidió a Agustín Díaz, quien cumplía funciones de radio controlador, que subiera hasta la planta transmisora y retirara el cristal -un transistor que otorga la frecuencia-, tarea que cumplió. Horas más tarde se lo entregó a Gamboa.
Segundo continuó durante la semana yendo a la casa de Gamboa a preguntar si había novedades y compartir con él y su señora, siempre pensando que todo volvería a la normalidad. Pero hacia el fin de semana, la pareja había tomado la decisión que Alfonso debía entregarse ante la insistencia de los bandos militares que repetían su nombre. Era un día domingo 16 de septiembre. Alrededor del mediodía, caminaron juntos desde la alameda hasta la plaza, Segundo lo vio entrar al cuartel de carabineros ubicado en Los Carrera y se quedó en la esquina esperándolo salir. Siguió ahí, atento, hasta las dos de la tarde, cuando entendió que había transcurrido tiempo suficiente para comprender que quedó detenido y se dirigió a avisarle a la esposa. Adi corrió al cuartel, donde le informaron del traslado de su marido al regimiento, al llegar, alcanzó a divisarlo ya que lo trasladaban a la cárcel.
Segundo nunca fue a verlo a la cárcel, porque Adi le advirtió que andaban detrás de todos los que trabajaron en la radio. Los militares buscaban el cristal, el que finalmente esta esposa les entregó, aunque inutilizado. Del personal estable de la Atacama, fueron varios los detenidos: los hermanos Zepeda, Lincoyán y José, Agustín Díaz y Nury Jara.  Un grupo que en su mayoría conoció entonces torturas, cárcel, campos de concentración y exilio.
Segundo se enteró que habían matado a Alfonso Gamboa, al encontrarse esa mañana del 18 de octubre con una de sus hermanas, horrorizada por la terrible noticia que había leído en el diario:
- Para que te voy a contar lo que sentí… y de la forma que me lo dijo, impactante, me costaba comprender que hayan matado a un hombre como Gamboa. Ahí nos dimos cuenta, por lo menos  pude de alguna manera predecir lo que nos iba a ocurrir y viví mucho tiempo con un alma en el hilo, si había ocurrido eso con Gamboa, con Sierra, con los Carvajal, Pedro Pérez y otros más también me podía ocurrir a mí -relata este hombre de radio que sin trabajo y una familia que mantener, se dirigió apenas tuvo los recursos a un pueblo pequeño, donde fuera más difícil encontrarlo, como El Salado.

DERECHOS HUMANOS

Al inicio de la década de los noventa, cuando se habían exhumado los cuerpos de los ejecutados por la caravana de la muerte, se debatía sobre la posibilidad de saber la verdad y se veía muy lejana la posibilidad de llevar a sus ejecutores a las cárceles, el periodista Jorge Oporto publicó la revista Derechos Humanos, la que tuvo cerca de siete re-ediciones. Ayudado por su conocimiento de las víctimas, su estrecha relación en los años de dictadura con Julio Hernández -quien desde el Obispado trabajó en apoyo a familiares víctimas de la represión política- logró esta publicación donde escribieron esposas y personas muy cercanas a casos emblemáticos de crímenes de lesa humanidad en la zona.
De allí extractamos las palabras de la esposa de Alfonso, Adi Araya, recordando al hombre de apenas 35 años cuando desapareció:
“Como persona, fue siempre un hombre de pueblo, íntegro, solidario con todos, un hombre intelectual; de buenos sentimientos.
Como hijo fue ejemplar, respetuoso y responsable.
Como hermano, cariñoso, paternal y protector.
Como padre y esposo formó una familia con esfuerzo y trabajo, para que nada nos faltara, bromista, amoroso, sano de espíritu, fue siempre más amigo de sus hijos Alfonso y Adi, tratando de hacer siempre lo que creía correcto. Intachable en su conducta hogareña, adoraba a su familia.
Como profesor normalista: se entregó por entero a su profesión, constituyéndose en el formador de maestros.
Como amigo y vecino fue excelente persona, muy humano, con una alta sensibilidad social, comunicativo y bondadoso.
Su ejemplo perdurará en la mente y los corazones de quienes lo conocimos”.



Leonello Vincenti Cartagena, El profesor de física


Aunque su primer nombre es Héctor, todo el mundo lo conocía por Leonello. Llegó a Copiapó a mediados de la década de los sesenta. De ojos azules, pelo claro, alto y una inteligencia que se traslucía en su hablar reposado, las mujeres que lo conocieron lo recuerdan como un hombre atractivo y carismático, los hombres destacan su mesura; ambos géneros concuerdan en que sin lugar a dudas se trataba de un líder. Serio, porque estaban construyendo algo muy importante por tanto no era tiempo de risas fáciles -me explicaba una de las entrevistadas- sus intervenciones públicas en la universidad, en los plenos del partido, en las asambleas políticas daban cuenta de su cultura, su responsabilidad y su capacidad de argumentar.
Nació en 1940, en la familia conformada por Pierino Vincenti y Edicta Cartagena, fue el segundo entre sus ocho hermanos. Cursó sus estudios en Santiago y a punto de finalizar la enseñanza media ingresó a la juventud socialista. Estudió Licenciatura en Física y Matemática en la Universidad Técnica del Estado, en la sede de Santiago.
Cuando arribó a Copiapó, venía reponiéndose de la muerte de su esposa. La hija de este matrimonio roto por una enfermedad, se quedó con las hermanas de Leonello en otra ciudad y él se dedicó a sus clases en la entonces Universidad Técnica del Estado sede Copiapó, de física a los estudiantes de ingeniería en minas, mineralurgia y topografía.  En 1972, fue candidato a la vicerrectoría.
Adriana Vergara fue su alumna y lo recuerda con mucho cariño.
- Entré a la universidad el año 1970 y me hizo física.  Como profesor era excelente, con una paciencia, hablaba lento, no se exaltaba nunca, muy respetuoso, realmente un siete como profesor. Un hombre alto, muy buen mozo, de movimientos lentos, inteligente, él le hacía no sólo a la física, era sicólogo, médico, en fin, hacía de papá. Un hombre muy íntegro. Jamás lo conocí en su faceta política hasta el último día, siempre tuve mis ideales, pero nunca pertenecí a un partido político, tal vez si hubiese sido socialista lo habría conocido en el partido. Leonello iba a las poblaciones, mis compañeros de curso partían con él y lo apoyaban. Hacían autoconstrucción, yo los veía dibujar planos, casas, hablaban de llevar arena y buscaban quien podía cooperarles.  Tuve cuatro físicas con él, cuatro semestres y nunca lo escuché hablar de política -resume su ex alumna.
Magaly Varas militaba en la juventud socialista y su marido, también compañero de la colectividad, tuvo clases con este profesor.
-Mi marido tenía la opinión de que era muy buen profesor, muy exigente fundamentalmente con los socialistas porque Leonello les decía que nosotros teníamos que ser los mejores y además los más solidarios.
Adriana sabía que Vincenti era socialista por su participación en los plenos de los estudiantes de la UTE, donde siempre tenía palabras conciliadoras para terminar con una disputa entre bandos opuestos, a los de derecha e izquierda que se peleaban los hacía darse la mano y llegar a algún acuerdo. Por eso cuando los ánimos se ponían demasiado álgidos, siempre lo llamaban.

EL GOLPE

Adriana recuerda el día del golpe de Estado. Ella había ido como todos los días a la universidad, se encontraba en clases cuando una noticia la hizo salir. Fue al sector de la enfermería, donde comenzó a escuchar una vieja radio que emitía los escalofriantes bandos militares, mientras una sensación nada agradable recorría su cuerpo. Unos minutos más tarde, vio como los militares se instalaron frente a la universidad con metralletas y armas punto 30. Leonello cerró las puertas de ingreso y se hizo cargo de dirigir lo que allí ocurría. Los estudiantes y profesores de derecha se fueron inmediatamente y los de izquierda se quedaron para defender su casa de estudios. La sensación ambiente es que iba a ser algo como “el tacnazo”, que con algunos actos de resistencia rápidamente se superaría y volverían al estado de derecho y la democracia.  Con la intervención, por cierto, del ejército que defendería al gobierno constitucional.
Junto a la asistenta social, Adriana se dedicó a cambiar la enfermería de lugar, ya que daba a la calle, con vidrios que no ofrecían ningún tipo de protección ante las posibles ráfagas militares.  Adriana recuerda trasladado  muchas sillas durante toda la mañana. Pasado el mediodía, sólo quedaba en la universidad  un par de mujeres o tal vez tres. Entonces Leonello le habló, en una conversación que ella recuerda como una muestra más del profesor preocupado que era “él sabía que yo tenía una guagua y me dijo váyase a su casa porque su guagua la necesita”.
Era el momento de hacerlo, ya que un militar había anunciado que la micro estacionada afuera sería la última en pasar, ya que impedirían la llegada de nuevos transportes para quienes se quedaran en la UTE. Adriana abandonó la universidad y cuando miró hacia atrás pensó en su esposo, también estudiante, que se quedaba allí quizás en qué parte de ese añoso edificio.

EN PAIPOTE

Leonello Vincenti era el máximo dirigente de la orgánica del Partido Socialista en la entonces provincia de Atacama, secretario político. En esos tiempos, la dirección regional tenía una relación muy estrecha con la juventud, la que este profesor había impulsado. Una de las áreas que propició con mucha fuerza fue la educación política, que por esos años comprendía el estudio del marxismo y los clásicos del socialismo, los modelos económicos existentes, los libros escritos por líderes de revoluciones que en ese tiempo proliferaban. Así debía ser la política para este dirigente, una consecuencia racional a la acción motivada por el estudio de la realidad y las formas de transformarla.
- Entonces peleábamos por ser parte de esa construcción de la sociedad socialista, el mundo nuevo que queríamos fundar, no estaban los componentes de género en esos años por eso uno hablaba del hombre nuevo, estábamos en la lucha contra la desigualdad y la pobreza por construir un mundo más justo. En ese plano Leonello era un gran formador. Cuando ganó Salvador Allende fue el encargado de los trabajos voluntarios y con su conducción participamos entusiastamente por ejemplo en pintar escuelas, el frontis de la UTE, hicimos trabajos voluntarios en los fundos que estaban tomados, se trataba de una forma en que los jóvenes, la mayoría estudiantes, nos podíamos ligar con otros mundos -recuerda Magaly sobre su forma de ejercer el liderazgo partidario.
Magaly había tenido su primer hijo el nueve de septiembre, a los ocho meses, en el Hospital, en medio de un paro médico y escasez de remedios e implementos, así que le pidió a su padre al día siguiente del parto que la fuera a buscar y llegó a casa de sus progenitores el 10 de septiembre, porque su marido estaba de viaje y prefería estar acompañada. Por el extraño silencio que reinaba en la casa la mañana del once, presintió que algo malo pasaba. Se levantó y vio a su hermano menor, el mismo que debía estar en la escuela y lo interrogó: ‘es que hay golpe de Estado’ le respondió tirando por la borda las precauciones de la madre.
Prendieron la Radio Atacama, decían que estaban ingresando tropas militares a la radio y luego el silencio incómodo de cuando se cortan las transmisiones. El resto de las señales emitían bandos militares y marchas. En la tarde, Lincoyán Cepeda, secretario político de la juventud socialista llegó a decirle a la encargada del frente de masas que había rumores de una división de las fuerzas armadas leal al gobierno, dirigida por el General Prats.
Más tarde, recibió una visita inesperada. Según la planificación ante un golpe, el punto de reunión sería Paipote pensando que los trabajadores de la Fundición, sumado a los mineros que abundaban en Tierra Amarilla defenderían el gobierno. No contaban con que los militares lo supieron o lo previeron y cortaron el camino entre Paipote y Tierra Amarilla a primeras horas de la mañana y detuvieron a varios de sus dirigentes.
Casi toda la dirección del PS se encontraba en la fundición: Pedro Pérez, Leonello, Faúndez, Lincoyán Cepeda y Jaime Sierra. Las casas de seguridad habían fallado, por lo que Vincenti le pidió a Magaly su casa. Ella se las prestó, advirtiéndole que no tenía cortinas, sólo visillos que se traslucían durante la noche y que usaran todo lo que necesitaran. Así que ahí estuvieron. Mientras, los trabajadores mantenían la toma de la fundición. 
La mamá de Magaly fue a verlos, les llevó té, café y en la conversación le manifestaron la gran confianza que tenían en la fuerza a los trabajadores. Todo podría caer menos la CUT, decían. Glorya, una amiga de Magaly, al ver luz en su casa fue a saludarla y conocer al recién nacido. Pero después de golpear insistentemente le abrió Leonello y con una mirada al interior se hizo un panorama. Reconoció a Pedro Pérez y a un par más, así que no le creyó que estaban cuidando la casa mientras Magaly volvía del Hospital. Ella, que también era militante, sólo le dijo que no era prudente estar en el hogar de dos militantes socialistas demasiado conocidos en la fundición.
Horas más tarde llegó un compañero de la juventud, David, a hablar con Magaly. Le pidió que lo contactara con Leonello o alguien de la dirección regional. Ella tenía el compromiso de no revelar a nadie su paradero, pero ante la gravedad de lo expuesto tomó la decisión de ir a verlos y consultar. Los militares amenazaban con bombardear la universidad si no la desalojaban. Magaly lo llevó a su casa, con el consentimiento de la dirección regional. Después supo que Vincenti creía que no había condiciones para resistir y cualquier tipo de acción podía desembocar en una tremenda masacre. Conclusión no compartida por todos, pero que prevaleció. David, además, se había dado la misión de pasar por la sede de su partido de calle Maipú y quemar toda la documentación que podía comprometerlos o permitir mayores persecuciones, cuando los militares la allanaran.
De hecho, los militares comenzaron a revisar los buses antes de que subieran los trabajadores a Paipote y los que llegaban del término del turno. Fue una señal de que no era seguro mantenerse en Paipote y el día 12 dejaron la casa de Magaly.
Un par de meses después, cuando a su esposo lo exoneraron por razones políticas de la Fundición y limpiaban para dejar la casa -propiedad siempre de la empresa- Magaly descongeló un pollo que tenía guardado para alguna emergencia. Fue una sorpresa descubrir dentro de la pechuga, protegidos por una bolsa de plástico, los carnés de militantes de todos los que estuvieron en esa vivienda el día del golpe de Estado.

DETENIDO

En la Universidad, a través de las visitas que su esposa le hacía, se enteraban del estado del profesor. Decían que Vincenti estaba muy deteriorado, que lo golpeaban mucho y lo estaban torturando, lo que provocaba tristeza e indignación en los estudiantes que lo apreciaban. Y no eran pocos. Sus compañeros y compañeras de partido estaban desperdigados, detenidos, escondiéndose y muchos de ellos perdiendo sus trabajos. Magaly Varas lo vio durante su detención en un par de ocasiones a fines de septiembre y principios de octubre. Lo encontró más serio de lo habitual, caminando lento, sin moretones ni heridas en cara o manos y agobiado por la situación.
-Me pidió que estuviéramos tranquilos, que no arriesgáramos a nadie más, nada de locuras, porque el golpe estaba consumado y esto no iba a ser como lo habíamos imaginado. Que no había nada qué pudiéramos hacer más que cuidarnos. Él me pidió expresamente y en la medida que yo pudiera conversarlo con otros compañeros decirles que todos estuviéramos quietos, me dijo ‘tienen que cuidarse todos porque acá, persiguen responsabilidades, pero de repente hay compañeros que sin tenerlas igual la están pasando muy mal, es a criterio de ellos’. Me insistió en que esto iba a pasar y los que estábamos afuera teníamos que ser capaces de sobrevivir y cuidarnos entre nosotros.
La última vez que lo vio, él le contó que saldrían pronto en libertad y que muy probablemente los relegarían a Chaitén. 

SALA DE CLASES

Adriana estaba en la sala de clases donde le correspondería la asignatura de física. El profesor reemplazante llegó y les informó que no la haría porque le acababa de llegar la noticia que había fallecido Leonello Vincenti. Fue un momento muy triste que ella resintió más aún ante la alegría de algunos de los presentes, cercanos a la derecha y de ideología claramente fascista. Un año después de estos hechos, un grupo de compañeros de universidad le mostraron fotos de un lugar del cementerio cubierto de cruces pequeñas, artesanales. Habían sido ellos, que entraron durante la noche y las pusieron en homenaje a Leonello, a los estudiantes y profesores asesinados, como también de los restantes caídos. Conocían a muchos de ellos y se decía que en ese lugar los habían sepultado clandestinamente, en el patio 16.

Pedro Emilio Pérez Flores, un hombre alegre e intenso



Alto. Muy alto. Pelo café oscuro, ojos cafés. Nació en Colla sur donde su padre se desempeñaba y al quedarse sin trabajo la familia se trasladó a Machalí y posteriormente a Rancagua. A los doce años sus padres lo enviaron acompañado de un baúl con sus pertenencias a la Escuela Técnica del Estado en Copiapó, internado. No conforme con ese título técnico, ingresó a la universidad, se hizo ingeniero, se quedó en Copiapó y se unió al Partido Socialista. Se casó con Nury Jara y tuvieron dos hijos: Pedro y Cecilia. La familia vivió en Sewell, cerca de Los Andes y Mina Carmen en las inmediaciones de El Salvador, de acuerdo a los trabajos del joven ingeniero, hasta que ingresó a la Universidad Técnica del Estado en Copiapó, como profesor.
De la vida familiar, resultaba sagrado ir lo más seguido posible a Bahía Inglesa y por supuesto en vacaciones de verano, una vez al año viajar a Rancagua a visitar a los padres, hacer bromas a sus hijos, a los primos de sus hijos, a la familia y a gran parte de los que se cruzaban por su camino. A sus niños les encantaba jugar con él “al lulo”, donde los enrollaba en una frazada por turnos y luego los desenrollaba entre medio de sus risas.  
Cecilia Pérez, su hija, evoca esas imágenes de cuando era niña, una infancia donde disfrutó a su padre hasta los ocho años de edad:
-Le gustaba mucho jugar al ajedrez, enseñarme cosas. Me dijo que me compraría un reloj si aprendía a leer la hora y aprendí súper rápido y tuvo que comprármelo. Nos enseñaba a jugar ajedrez. Tenía hartos amigos que iban a jugar ajedrez a la casa. Nosotros visitábamos mucho la casa de Leonello, él a mí me decía Susy como mi gata y a la gata le decía Ceci, para molestarme no más. Eran tiempos muy álgidos, porque mi papá nos llevaba a todos lados, mi mamá trabajaba en la Radio Atacama y allí se reunían siempre. Mi papá y mi mamá iban a las reuniones políticas y era un mundo aparte, porque había pintura, engrudo -dice Cecilia recordando la sede del PS que para los hermanos era un lugar verdaderamente fantástico- en la radio también había muchas cosas bacanes. Ahí conocí a Cortázar, nos portábamos mal con mi hermano y él nos sacaba para que no molestáramos tanto. Era un niño también, así lo recuerdo.
Vivían tiempos de mucha confrontación política, razón por la que Cecilia tiene imágenes en su memoria de vidrios quebrados pertenecientes a la céntrica casa donde vivían, consecuencia de unas piedras probablemente derechistas. También de una casa de dos pisos ubicada en pleno centro, donde estuvo en la toma de una empresa por parte de sus trabajadores que sus padres debían acompañar y no tenían con quién dejarlos. Otro recuerdo es el de una persona contratada para cuidarlos que no aguantó las ganas de participar de una marcha y los llevó con ella, algo absolutamente prohibido por sus padres. Así que la familia se encontró entre medio de las banderas en plena calle, ante la alegría de los pequeños y la molestia de sus padres. 
De los peligros que acechaban a la familia, conversaron numerosas veces. Que tal vez tendrían que dejar la casa sorpresivamente y quedarse en otro lugar, entonces los niños pensaban que estarían en el hotel turismo, lo que les parecía genial.
- Con mi hermano sabíamos que iba a haber una guerra y de seguro sería como el estilo de las películas y buscábamos un refugio donde escondernos en la casa – recuerda Cecilia acerca de un lugar que decidieron sería su refugio.
En la universidad, Pedro Pérez saludaba a todo el mundo y solía mantener un tono jovial. Se le veía por los pasillos o los patios rodeado de estudiantes. En política, era miembro de la dirección regional del PS, con el cargo de secretario de organización. Profesionalmente apoyaba al gobierno como interventor de la Planta Elisa de Bordo, la que se había entregado a los trabajadores.
-Era muy alegre. Persistente en sus posturas políticas, estaba en las posiciones más duras en el partido, un tipo más de acción, porque había muchos compañeros que eran muy teóricos. Le gustaban mucho los Beatles, de eso me acuerdo porque en ese tiempo nosotros no escuchábamos mucha música en inglés. Le gustaba parodiar con esa canción Let it be, decía, deja hacer o deja ser. Un buen compañero, solidario, de muy buen trato, un tipo muy especial -dice Magaly Varas respecto a este hombre que el ’73 contaba con 29 años de edad.
Con sus ocho años, Cecilia recuerda el momento exacto en que su rutina fue destruida. El 11 de septiembre celebraban el día del profesor y ella sería la protagonista del acto preparado por su curso en el colegio. Tenía todo listo. Pero sus padres los despertaron y les dijeron que no habría escuela, que irían a la casa de sus abuelos. A Cecilia no le gustó nada la idea, insistió en que tenía que ir, pero terminó solo con la ropa puesta en la casa de sus abuelos, mientras ambos padres partían. Habían despertado escuchando las palabras de Allende por la radio.
- Nos fueron a dejar y como había toque de queda, una tía que trabajaba en el hospital nos fue a buscar en una ambulancia y nos llevó a la escuela normal, que ahora es la UDA. Mi tío vivía ahí, hermano mayor de mi mamá, nos quedamos con él y mi tía. Estuvimos viviendo un año y medio con él. Porque mi mamá estuvo tres años en la cárcel. Un año y medio después nos quedamos con mis abuelos. 
Pero no fue suficiente sufrimiento para esta familia.
-Nosotros tuvimos que irnos de chile porque mi mamá estuvo presa y le sacaban todos los años la cresta y volvían después para amedrentarla. Una de las personas que ayudó en el caso de mi mamá fue Fernando Ariztía. Después cada vez que iba a Roma pasaba a vernos y fue muy cercano a mi mamá y Camus también. La molestaron tanto y mi mamá no tenía para salir, tomó la decisión de irse, la hermanastra de mi papá le hizo todos los trámites en Santiago para que se pudiera ir al extranjero y encontró que Holanda era el mejor país -cuenta sobre sus años en el exilio, que sólo terminaron cuando llegó la democracia.
Cecilia volvió a Copiapó cuando exhumaron los cuerpos de las víctimas de la caravana de la muerte y participó de todo el proceso, incluido el funeral.
-Llegaron unos viejitos, lo conocían de la planta, con unas flores muy humildes. No mucha gente se acercó a mí, por lo menos, aunque soy de Copiapó y tengo familia, nadie estuvo ahí conmigo y fue bonito recibirlos a ellos -recuerda Cecilia sobre esos trabajadores, mineros con los que su padre había trabajado.
Para ella, septiembre es un mal mes.
- Nos hizo falta mi papá, no debería haber pasado lo que pasó, no como pasó. No debería haber ocurrido un golpe de Estado, pero ya lo hubo. Lo llevaron preso y lo torturaron, por último, pudieron haberle disparado, fusilado, pero no haberse ensañado de la forma que lo hicieron y eso me complica mucho y no hay día que no piense en eso, sobre todo cuando termina septiembre, a mediados de septiembre aparece eso, porque lo que hicieron con ellos fue muy terrible y a veces pienso para qué. Por qué los torturaron de la forma que lo hicieron hasta la muerte, los mutilaron con cuchillos en la caravana de la muerte –indica esta hija que continúa sufriendo ante la crueldad que vivió su padre.

DE PUÑO Y LETRA

Nury Jara escribió estas líneas en la revista impulsada por Jorge Oporto “Derechos humanos”, durante la década de los noventa.
“Nació, vivió y murió con y a causa de sus ideales. Ciertos o equivocados, eran los suyos. Nadie le pidió un cambio de actitud, se exigió olvidarse de sus pretensiones, de sus deseos, de sus afanes, de sus ilusiones, de su vida misma. Nos olvidamos que el pensamiento idealista no se cambia, sí puede variar, quizás el comportamiento.
Bueno para convivir, listo siempre a disfrutar un plato de comida o un banquete. Pronto a tender la mano, al abrazo estrecho, a ofrecer una sonrisa y una amistad franca. Ágil en la talla espontánea, nunca mal intencionada, incomprendida a veces, pero siempre en busca del momento alegre. Fácil, grato para los demás y para él.
Su recuerdo es imperecedero. Su espíritu, figura y genio han quedado plasmados, marcados a fuego en sus hijos, una mujer y un hombre. Sus costumbres, carácter bonachón, las cosas de su agrado, paseos y lugares favoritos; sus amigos. Cómo disfrutaba del aire que respiraba a todo pulmón en las playas de Bahía Inglesa, su actitud campechana del hombre de Machalí, la alegría de alumno y seriedad de académico de la Universidad Técnica del Estado de Copiapó. Su estima y respeto por los que le rodeaban, su amor a la familia, su cariño por los animales, su emoción ante juegos y travesuras de niños. Un juego de ajedrez, la luz de una vela, un trozo de música clásica: todo junto para él era un momento digno de vivirse. Un pedazo de pan, una fruta que se come a mordiscos, pensar en el lugar, la gente o el qué dirán no tenía la menor importancia.
Fue una persona, un hombre, un esposo, un padre, un amigo que se hizo merecedor de un recuerdo inmenso, grato a lo máximo, imborrable. Razones demás para no recordarlo con pena, si no con mucha alegría por lo que logramos de él. Sí, qué pena que haya faltado tiempo para conocerlo más, para haberlo comprendido mejor, para haber interpretado el significado y propósito que tenía su vida”.

Winston Cabello, pionero de la planificación y el regionalismo





Susan tenía apenas un año y medio de edad cuando asesinaron a su padre, Winston Cabello. Ha tenido que construir la imagen paterna sobre los relatos de su madre, sus abuelos, sus tíos, donde algunos incluso le parecen míticas, dignas de la descripción de un héroe. Pero hay dimensiones de él que con esta distancia le cuesta mucho conocer, responderse cómo sería el olor, la risa, un abrazo de su padre.
-Esos son aspectos súper difíciles de abarcar en familia porque afectas las emociones de los otros, que también les duele. Hablar con mi mamá al respecto es súper difícil hasta el día de hoy y ya no sé si podrá ser más fácil, porque es una ausencia muy marcada, con conflictos relacionados con lo mismo -cuenta esta diseñadora, periodista, con post grado en derechos humanos que actualmente se dedica a hacer terapias con medicinas alternativas.
Ha escuchado muchas historias sobre su padre, hasta ha pensado en escribir un libro respecto a ese personaje que descubre en los otros. Uno de los aspectos más relevantes es, sin duda, su compromiso político con construir una sociedad mejor.
Winston fue hijo de Elsa Bravo y Manuel Cabello, tuvo cuatro hermanos: Manuel, Aldo, Zita y Karin. De niño estudió en el colegio Lota de Malloco, donde su padre fue director. Para Susan, fue una persona intensa, con una variedad de intereses y un gran despliegue de energías para llevarlas a cabo, ya que jugó básquetbol, ajedrez, corrió autos en carreras y llegó a ser piloto de aeronáutica civil; como estudiante recorrió el sur haciendo trabajos voluntarios y forma parte de grupos folclóricos, al mismo tiempo que cursaba su carrera universitaria y participaba activamente en política. Antes de los 28 años fue nombrado director de la Oficina de Planificación Regional de Atacama y Coquimbo, durante el gobierno de Salvador Allende, como también hacía clases en la entonces Universidad Técnica del Estado, sede Copiapó. Esto después de graduarse en la Escuela de Economía de la Universidad de Chile.
En su faceta de jefe de servicio, Susan ha oído las historias sobre el compromiso con su labor, que en ese entonces lo llevaron más de una vez a recorrer caminos montado en un burro para dialogar con personas ubicadas en sectores poco accesibles, como la cordillera y precordillera; o cuando en Huasco la gente que vive del mar donó pescados y Winston ocupó una ambulancia para repartirlos personalmente hasta que se acabó el último de estos valiosos animales acuáticos en una época donde los alimentos escaseaban.
Además, tenía una sensibilidad especial hacia las mujeres en un tiempo donde el machismo era la regla:
-Mi mamá estaba estudiando enseñanza media en la nocturna y siempre la iba a esperar a la salida. Para esos tiempos era una demostración del tipo cariñoso que podía ser y que no sólo influyó en tener una buena relación, es una de las cosas que más admiro de él -relata Susan citando los tiempos en Copiapó.
Zita cuenta que, de niña, su hermano la impulsó a salir de su aislamiento:
-Me enseñó a encumbrar volantines, a correr, a jugar ajedrez, damas y a las bolitas, aparte del pin pon y el fútbol, todos juegos considerados privativos de los varones. Mi hermano me enfrentaba a desafíos y me enseñó a creer en mí misma y a medida que crecíamos juntos, fuimos compartiendo sueños y esperanzas. Wito confiaba en que él cuando grande, hallaría el modo de reparar aquello que llamaba “el mal del mundo”.
Winston Dwight Cabello Bravo fue nombrado así, según relata Zita Cabello, su hermana, en el libro “El hombre que se negó a huir” como una forma del padre de homenajear a Winston Churchill y Dwight Eisenhover, líderes de los aliados en la segunda guerra mundial, para agradecer la paz y, de alguna forma, fue un símbolo de su esperanza en una humanidad que comenzaría a construir un mundo mejor, dejando atrás los horrores.
-Cuando Winston murió en manos de la “Caravana de la muerte”, esas esperanzas murieron con él. Mi padre nunca se recuperó de esa pérdida. Durante 40 años he tratado de entender por qué mataron a mi hermano -escribe Zita en el prólogo del libro, el que nació de la necesidad de la autora de contar lo sucedido, lo que vio en su muerte y el largo juicio que siguieron para conseguir justicia desde Estados Unidos contra Armando Fernández Larios.
Zita cuenta que el día del golpe de Estado, se encontró con su hermano, a quien cariñosamente llamaban Wito, en la Universidad, donde ambos daban clases y hora más tarde, junto a la madre almorzaron en su casa, sin prever peligros mayores. A la mañana siguiente, Winston en su cargo de Planificación, acudió a la reunión citada por el comandante Oscar Haag para todos los jefes de servicio de la región. Cuando terminó ese breve espacio, el militar -desde ese día a cargo de la región- le indicó que el vehículo fiscal a su cargo había sido denunciado por transitar por “lugares sospechosos”, lo arrestó y envió a la cárcel.

REGIONALISTA

El joven economista fue un pionero en ámbitos que escasamente se estudiaban, como la planificación y la falta de recursos de las regiones. Así lo recuerda Esteban Somg, en la revista Derechos Humanos durante la década de los ’90.
“Buscando explicaciones a las marcadas desigualdades económicas y sociales entre las diversas regiones del país, poco a poco fue definiendo el tema de su tan ansiada tesis: analizar las transferencias de recursos llevadas a cabo a través del sistema bancario, entre las regiones y el país. Winston bautizó su análisis con el nombre “Sistema de financiamiento regional” y pasó a constituirse, sin lugar a dudas, en la primera investigación importante sobre el tema y texto de consulta obligado de los “regionales”. Con apasionados argumentos, Winston defendía su región, defendía las demandas de Atacama, defendía al pirquinero, al sencillo y ciudadano, al modesto agricultor perdido en la rivera del escuálido curso del Jorquera o del Manflas. Era la metamorfosis por decirlo de algún modo de aquel joven profesional, parco en palabras, en un hombre luchador, enérgico e incansable”, argumenta en la revista mencionada anteriormente.
Probablemente esta característica de pionero lo condujo a Atacama a hacerse cargo del recién creado organismo de planificación, en una época donde no era una disciplina muy desarrollada. Sergio Jirón cuenta que fue propuesto por el Partido Socialista, aunque él participaba también con el MIR. Como contexto, habría que señalar que durante algunos años, miristas participaron del PS hasta que decidieron desligarse definitivamente de dicha colectividad.
Jirón participó de charlas en las que Winston les enseñó nociones básicas de economía, lo que estaba pasando con la inflación y el momento que vivían. Lo recuerda como un tipo jugado, de baja estatura y con mucha predisposición a compartir sus conocimientos.

RECONOCIMIENTOS
En la Seremi de Desarrollo Social de Atacama hay una placa recordatoria de quien fue su director, en el salón de reuniones que lleva su nombre. Ya no queda ningún funcionario que haya trabajado con él. Mientras que el año 2017, el Ministro de Desarrollo Social, Marcos Barraza, en el marco de la celebración de los 50 años de la cartera, autoridades, familiares y funcionarios rindieron homenaje a Freddy Taberna y Winston Cabello a 44 años de sus asesinatos, con la instalación de una placa conmemorativa, en el hall del edificio ubicado en Santiago.

“Su ejemplo, su vocación, el trabajo de Winston y Freddy es el de transformar la sociedad, el de pensar que Chile puede ser un mejor país, que nos incluya a todos y todas, esa es una figura de una memoria que nuestro Ministerio no solo tiene que conservar, sino que debe replicar permanentemente. Este homenaje busca que estos 50 años sean de un significado trascendente, de lucha social, de transformaciones, de cambios, pero especialmente de ejemplo, de voluntad de personas que dieron su vida porque Chile fuera un mejor país”, fueron parte de las palabras del ministro en la ceremonia efectuada un 23 de octubre.

COPIAPÓ, EL NORTE

Susan siente una fascinación por Copiapó, de hecho, hasta se trasladó unos años a vivir en dicha ciudad y suele viajar periódicamente hacia allá. Ha reflexionado respecto a la ausencia de su padre:
-Lo que ve uno hoy en día frente al cómo te vas construyendo la imagen de tu papá con esta sociedad, en el fondo todas nuestras cosas van en búsqueda de sanación.  Cuando hice mi tesis en derechos humanos, mi profesor me dijo que no estaba haciendo una tesis, estaba buscando sanarme. Creo que todas las construcciones que yo haga no van a reemplazar el que yo no haya tenido papá. No lo tuve y es conflicto permanente del apoyo que pude tener y no lo tengo y lo perdida que anduve por mucho tiempo. Hoy me dedico a las terapias alternativas, medicina china para personas. Ahora que tengo 46 recién estoy contenta de lo que hago, pero para eso pasó mucho tiempo. Estoy orgullosa de mi papá y hubo años oscuros en que la percepción social era terrible, entonces sacarlas de la sociedad también es un trabajo que no termina nunca, ir planteando quiénes eran y por qué lo hacían y hoy día te encuentras con algo que está pasando, mantengo las esperanzas.

Atilio Ugarte, “El Gafa”




Le decían “el gafa” porque sus lentes oscuros eran compañeros inseparables de este joven estudiante de la Escuela de Minas perteneciente a la Universidad Técnica del Estado, por la década de los setenta. Oriundo de Valparaíso, sus ojos claros probablemente se negaban a adaptarse al fuerte sol que todos los días resplandecía en Copiapó. 
Al interior de su familia, fue el único hombre entre cinco mujeres, tal vez eso lo llevó a compartir mucho con su padre. En los tiempos libres lo ayudaba en el pequeño negocio que tenían frente a su casa o lo acompañaba a comprar las verduras frescas durante la mañana. Las hermanas recuerdan que compartían con él juegos como el bachillerato, que era un destacado estudiante y se veían durante el almuerzo, a la llegada del colegio en la tarde y durante los fines de semana. A mediados del siglo veinte aún gran parte de las escuelas de Valparaíso estaban divididas por sexo, por tanto, era el único que estudiaba en otro establecimiento, caminaba todos los días por un camino en sentido contrario que el de ellas, todas estudiantes de un colegio católico dirigido por monjas.
Eloísa, la hermana mayor, lo evoca durante sus primeros años como regalón, en aquella época en que ella lo ayudaba a vestirse o amarrarse los zapatos. De joven, lo describe como muy orientado a sus estudios, constantemente decía que iba a perfeccionarse y llegaría a ser un profesional. No acostumbraba frecuentar fiestas, ni practicar deportes, parecía muy concentrado en sus objetivos. Después de terminar sus estudios se fue a la Escuela Industrial, donde se tituló en instalaciones sanitarias. Hizo su práctica en la Enap y posteriormente trabajó en el norte, en Tocopilla dicen las hermanas, en Taltal recuerda su primo. Después de un tiempo se consiguió una beca para estudiar ingeniería en minas en la UTE de Copiapó. Durante un tiempo se mantuvo en el internado y posteriormente arrendó una pensión.
Mirtha Colman tiene recuerdos muy nítidos de él en su paso por la UTE, donde fueron compañeros de universidad, aunque de distintas carreras:
-Siempre nos sentábamos en un asiento después de almorzar en el casino. Tenía tantos ideales, como todo joven tenía sus sueños, pero era un niño muy tranquilo, con muy buenos pensamientos, soñando que el mundo podía cambiar y hablábamos de todas las injusticias, de cómo hacer para cambiar este mundo, la pobreza, la maldad, era como un sabio… me encantaba escucharlo y era calmado… y además yo lo encontraba buen mozo, nunca lo miré con unos ojos de…  coquetería, tenía una tez tostada y unos ojos preciosos como de bueno, que puedes mirarlo y sentir que era una persona maravillosa. Ese era Atilio Ugarte, una persona maravillosa–recuerda esta connotada artista plástica.
Marcia y Eloísa han continuado viviendo en la región de Valparaíso, pero hacen el esfuerzo para visitar la tumba de su hermano cada 17 de octubre en Copiapó, fecha en que se conmemora la caravana de la muerte. Ninguna de ellas escuchó a su hermano alguna vez hablar de política ni que perteneciera al MIR. Al menos en su casa.
Sergio Jirón era militante del MIR por aquellos años y fue testigo del ingreso y conformación de Atilio a la colectividad:

-Lo conocí como alumno de la Escuela de Minas, el año 1971. En los plenos nos ubicábamos la gente de izquierda y quiso ingresar al MIR. Era una persona muy serena, observador, tranquilo. Además, tenía diferencia de edad, 22 años, era viejo entonces porque la mayoría de sus compañeros teníamos 18, 19. Él nos inspiraba respeto. Formó parte del MIR de un área que se llamó infraestructura.
Fernando Rivera Lutz escribió estas palabras en la red social Facebook: “de los asesinados por la caravana de la muerte, acá en Copiapó, había varios que poseían condiciones naturales de liderazgo. De entre los que conocí, Manuel Cortázar, Leopoldo Larravide, que despertaban la natural admiración entre la pendejada. Sin embargo, siempre me ha acompañado la figura, solitaria, misteriosa y distante de Atilio Ugarte, "el Gafa", por su incorruptible necesidad de calzar, aunque se viniera el cielo abajo por causa de una tormenta, sus inseparables gafas oscuras. Atilio era un tipo que trabajaba en una planta metalúrgica estatal, pero también estaba concluyendo sus estudios universitarios en la ex UTE, gracias al programa de estudios superiores para trabajadores, impulsado por el Presidente Allende. En alguna oportunidad compartimos sala, siendo yo alumno regular de Ingeniería y él reforzando sus conocimientos tal vez. Me he preguntado miles de veces ¿le habrán sacado palabra sus torturadores? ¿cómo enfrentaría, dada su parquedad, sus últimos momentos? ¿o en la víspera de lo que vendría? Atilio, una víctima más de la larga lista, del criminal que falleció hoy día en la más completa impunidad”; escribió un dia después de la muerte de Arellano Stark.

LA CAÍDA
Buscaban a Edwin Mancilla, por sobre todos. Él había dejado la vivienda que arrendaban con Sergio Jirón el mismo día del golpe y ambos se fueron a casas de seguridad en forma separada. La idea era no dejar rastros y cambiar constantemente. Ya no había recursos ni mucho apoyo, así que era una tarea difícil. En este contexto Atilio fue tremendamente solidario y albergó a Mancilla en el lugar que arrendaba. Su primo, Marcos Gutiérrez Alfaro, recuerda lo cercanos que eran:
- Mi papá en Antofagasta me dijo ‘acá está tu primo’ y me parecía que lo había visto cuando chico, cuando él se fue a trabajar al norte. Mi papá con mucho orgullo dijo ‘es hijo de mi hermana’. Y de ahí ya éramos adultos. Teníamos casi la misma edad, yo soy dos años mayor que él.  De ahí en adelante tuvimos contacto y cuando me vine a Copiapó el año 73 en abril, llegué de profesor de educación física a la Universidad Técnica del Estado, él era alumno y nos juntábamos. Compartía con nosotros, con mi familia y mis hijos en mi casa, iba almorzar siempre. Después del 11 decidió llevarse la comida para la noche decía que para él, pero era para compartirla con Edwin Mancilla –recuerda este profesor ahora jubilado, quien también participa de la conmemoración de la caravana de la muerte junto a sus primas.
Un mal día los agentes supieron donde vivía Atilio y al llegar los encontraron a ambos. A ‘Tilo’ le faltaban sólo un par de años para terminar la universidad. Su primo lo extrañó, cuando dejó de ir por su casa. Se enteró por el diario que estaba detenido y corrió al regimiento a verlo, acompañado de sus pequeños hijos. A pesar de que era día y hora de visita no lo dejaron entrar. Como profesor universitario se había dedicado en el mes de septiembre a hacerle clases de cueca a soldados y oficiales, incluido el comandante del regimiento Oscar Haag. Un teniente lo reconoció y ordenó a un conscripto dejara encontrarse a los primos.
- Lo dejaron en medio de la cancha de basquetbol, en un cuartito, del porte de un baño químico de ahora donde se atendía a las visitas, frente a un guardia y cuando lo vi detenido… como estaba… tenía quebrado el cráneo… En un momento mi hijo chico y mi niña se fueron caminando para un lado y el conscripto los siguió porque se iban lejos y ahí Atilio me mostró como tenía los indicios de la electricidad, quemaduras. Me contó que estaban durmiendo en la noche y llegaron carabineros y lo primero que hicieron fue un culatazo en la cabeza y de ahí no se acuerda más y que lo torturaron tanto, que estaban en carpas, no en los calabozos. Cuando le reclamé al teniente, llamó al conscripto y le preguntó dónde estaba… ‘pero cómo se te ocurre traerlo de allá, si esos están incomunicados y no pueden hablar con nadie’. El conscripto le contestó ‘si usted me mandó’ y el teniente me pidió que no le dijera a nadie que me había mostrado a mi primo, porque lo iban a castigar. Ese mismo día hablé con el secretario del comandante y me dijo que estaba ocupado y presenté el reclamo y acusé igual al teniente.
Dos días más tarde Marco leyó la espantosa la noticia del fusilamiento de su primo junto a otros doce detenidos por la supuesta ley de fuga. Llamó a su tío para contarle la mala noticia. Marcia, hermana de Atilio, recuerda que siempre le envió tarjetas para las fechas especiales, como una muestra de cariño.
-Lo que más presente tengo es que cuando lo vinieron a buscar le encontraron todo dado vuelta, tirado en el piso, encontraron una tarjeta mía, de navidad y eso te marca –dice Marcia Ugarte, quien viste una polera con el rostro de su hermano y lágrimas en los ojos al recordar ese gesto que le revela el cariño que se tenían. No llegó a entregarle la tarjeta por sus 25 años.
Marco cuenta que tras la desaparición fueron días muy tristes, escuchando historias sobre como asesinaron a las víctimas de la caravana de la muerte. Junto a su madre visitaron el cementerio, buscaron el patio 16, dejaron unas flores, como muchos copiapinos y copiapinas lo hicieron durante años en el sitio donde decían que los habían enterrado. Más allá estaba la madre de Manuel Cortázar, llorando, porque había encontrado en el sector el zapato de su único hijo.


Marcia Ugarte en el cementerio de Copiapó para la conmemoración de la Caravana de la Muerte, 2018.