26 jun 2019

Caravana de la muerte en su paso por Copiapó




Alfonso Ambrosio Gamboa Farías.
Atilio Ernesto Ugarte Gutiérrez.
Fernando del Carmen Carvajal González.
Agapito del Carmen Carvajal González.
Winston Dwight Cabello Bravo.
Manuel Roberto Cortázar Hernández.
Raúl del Carmen Guardia Olivares.
Raúl Leopoldo de Jesús Larravide López.
Edwin Ricardo Mancilla Hess.
Adolfo Mario Palleras Norambuena.
Héctor Leonelo Vincenti Cartagena.
Pedro Emilio Pérez Flores.
Jaime Iván Sierra Castillo.
Ricardo García Posada.
Maguindo Castillo Andrade.
Benito Tapia Tapia.

Estos son los nombres de las víctimas de la Caravana de la Muerte en su paso por Copiapó. Dos días duró la fatídica visita del General Sergio Arellano Stark, con su comitiva de oficiales a esta ciudad. Todo comenzó cuando el helicóptero Puma aterrizó, alrededor de las ocho de la noche. Era un 16 de octubre. Arellano portaba un documento firmado por el Comandante en Jefe del Ejército donde le daba amplias atribuciones en materia de detenidos por razones políticas. Él quedaba a cargo de las decisiones.
Según consigna el expediente judicial, el grupo de Arellano Stark junto a militares del regimiento Atacama llevaron a cuatro detenidos en el regimiento a un camión, se detuvieron en la cárcel de Copiapó, desde donde sustrajeron a nueve prisioneros más y en el mismo vehículo se dirigieron a la Cuesta Cardone, se alejaron unos 200 metros de la carretera, los hicieron bajar  y les dispararon.
Rubén Herrera es un sobreviviente. Él estuvo detenido desde el 2 de octubre en el regimiento. Se entregó luego que lo amenazaran con detener a su esposa si no lo hallaban. En el regimiento cuenta que se encontró  con Leonello Vicenti, Pedro Pérez, Winston Cabello, Jaime Sierra, entre los que recuerda como sus más cercanos. A Leonello lo trasladaron a la cárcel previamente a la llegada de la caravana.
Un mes antes, Rubén había sido operado de una úlcera gástrica, razón por la cual comenzó a sangrar luego de las sesiones de tortura, con electricidad, golpes de botas militares en su estómago. El día 16, la hemorragia era muy fuerte y perdía el conocimiento, razón por la cual un militar lo llevó a la enfermería, lugar desde donde pudo escuchar al grupo de militares que deliberaba sobre los nombres de quienes iban a matar. La enfermería estaba ubicada en una sala contigua a la fiscalía.
- Yo escuchaba, cuando estaba consciente, una lista de nombres. En esa lista me mencionaban a mí, pensé que era para asustarme, pero también que era real. Horas antes que los mataran vi a Winston Cabello, le dije ‘nos van a matar’, le conté lo de la lista, que la decían en voz alta y que nos iban a matar… vi que le corrieron las lágrimas y no pude abrazarlo porque había un soldado entre nosotros. Esa fue la última vez que nos vimos –relata Rubén recordando ese trágico momento.
Pero la suerte entonces estuvo de su lado, al menos para él, porque llamaron a un médico y en vez de acudir el titular, llegó otro, el mismo doctor que había operado a Rubén un mes atrás, quien fue muy firme en decir que se encontraba en peligro de muerte y debía llevarlo inmediatamente al hospital. Así se hizo. Horas más tarde, durante la noche, llegó Armando Fernández Larios con varios militares más a buscarlo a la sala donde estaba hospitalizado. Rubén se estaba levantando siguiendo las órdenes del oficial cuando el médico apareció en la habitación, se enfrentó a la comitiva e impidió que se lo llevaran. Eso le salvó la vida, un médico que se interpuso ante la decisión de la comitiva. En el hospital, ya más seguro, lo hicieron dormir mediante calmantes. Sólo dos días más tarde despertó y se enteró de la terrible noticia que la lista había sido real y sus compañeros ejecutados.
En la ciudad, a través del diario y las radios el día siguiente conocieron la información entregada por el gobierno, en torno a que los prisioneros iban a ser trasladados a la Cárcel de La Serena y que, ante un desperfecto mecánico del vehículo, intentaron arrancar y por esa razón fueron fusilados amparados por la ley de fuga.
Fue una forma terrible de enterarse que los habían matado. Sus familiares supieron, como gran parte de la población, que la supuesta fuga era una mentira. Por disposición del administrador municipal del cementerio  –quien se rehusó a autorizar que se enterraran cuerpos sin la inscripción legal correspondiente-   las trece víctimas fueron reconocidas por el Registro Civil. Un funcionario tuvo la difícil tarea de tomar sus huellas. Los sepultaron sin tumbas en un sitio sin identificar del Cementerio Municipal de Copiapó, el que cerraron al público. Sus cuerpos no fueron entregados a sus deudos.
Los detenidos que provenían de la División Salvador de Codelco Chile, Benito Tapia, Ricardo García y Maguindo Castillo fueron ejecutados horas más tarde, durante el día 17 de octubre y hasta la actualidad sus cuerpos no han sido encontrados.
La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Ejecutados Políticos de Atacama ha alzado la voz respecto que Arellano Stark y sus hombres los asesinaron en el Regimiento Atacama -hoy Rafael Torreblanca-, tomando en consideración varios elementos. El primer antecedente son los peritajes realizados a los cuerpos en 1990 cuando los encontraron en la fosa clandestina. En una declaración pública emitida al conocerse el fallo judicial final declararon:
“Inmediatamente después la comitiva de la Caravana de la Muerte, según testigos militares de la época, los llevaron a todos al regimiento local y no a la Cuesta Cardones donde supuestamente los fusilaron. En la madrugada del 17 de octubre de 1973, los asesinaron a todos, en el mismo momento y en el mismo lugar al interior del Regimiento. Diecisiete años más tarde, el 27 de julio de 1990 se halló la fosa clandestina donde habían sido escondidos los cuerpos de los 13 ejecutados de Copiapó, y donde no estaban los tres ejecutados de El Salvador. En los exámenes de peritaje en Instituto Médico Legal sólo se encontró una bala en uno de los cuerpos, el resto eran sólo cortes de corvos, cuchillos, yataganes, quebraduras de cráneos y quemaduras de sopletes. Lo que se puede demostrar con las imágenes del momento en que los cuerpos fueron desenterrados de la fosa”.
El año 1990, respecto se iban conociendo antecedentes de los peritajes hechos a los cuerpos al exhumarlos, ante la presencia de familiares de las víctimas, fueron publicadas noticias en medios de comunicación que daban cuenta de la brutalidad y extrema crueldad de los victimarios.
“Tres de los cuerpos fueron encontrados decapitados” consigna Diario Atacama del 31 de julio de 1990. Y en la conferencia de prensa entregada por la agrupación de familiares, Angélica Palleras -hermana de Adolfo Palleras- detalla “ellos fueron encontrados en una fosa común a la que habían sido tirados como despojos y con claras huellas de haber sido masacrados”. Mientras que el abogado Erick Villegas, citado en la misma nota, detalló que los cuerpos fueron quemados en la fosa con el fin de impedir su identificación, la que tenía una profundidad cercana a los 30 centímetros y cubierta con dos sacos de cal.
Otros indicios de la alevosía aparecen en el libro “Historia de un hombre que se negó a huir” de Zita Cabello. En él relata la entrevista que le hizo al funcionario del Registro Civil, Víctor Bravo, a quien los militares fueron a buscar a su domicilio el día miércoles 17 de octubre a las 19.00 horas y sin ninguna explicación lo condujeron hasta el regimiento donde lo hicieron esperar cerca de cuatro horas. Alrededor de la medianoche, un oficial nuevamente lo hizo subir a un jeep militar rumbo al cementerio.
“Abrieron la puerta de atrás del cementerio y entramos con el jeep. Estacionaron el jeep al lado de un camión. Vi a alguna gente paseándose. Estaba oscuro. No podía verles las caras. Muchos de ellos me conocían, porque me saludaron por mi nombre. Una vez adentro, reuní todo el valor necesario para preguntar por qué me habían traído hasta ahí. En ese momento, encendieron las luces de un camión y, apuntando hacia el suelo, alguien dijo ‘para esto’. El libro omite el relato sobre el estado de los cuerpos dado por este funcionario, sólo nos dice que hubo lágrimas entre esas palabras y que ella terminó muy afectada y con náuseas.
El libro de Patricia Verdugo “Pruebas a la Vista”, en cambio, da más antecedentes sobre lo que observó este funcionario: “Fue terrible la identificación de esos cadáveres, considerando que conocía a muchos de ellos. Lo que más me impresionó, entre otros, fue ver el cuerpo de Alfonso Gamboa, a quien le faltaba casi toda la mandíbula y su cuerpo —piernas, brazos y manos—presentaba muchos balazos. Todos los cuerpos presentaban este tipo de heridas (...) Algunos estaban degollados y con heridas cortantes. Todos los cuerpos estaban acribillados y con múltiples heridas a bala. Por ejemplo, a Jaime Sierra le faltaba un ojo y Leonello Vincenti, quien era profesor del colegio de mi hijo, presentaba heridas con arma blanca en su cuerpo. Entre ellos también reconocí a un niño, estudiante de Pedagogía, a quien había casado días antes; también a Pedrito Pérez y a tantos otros. Fue todo realmente triste e impresionante. Los cuerpos, en total, eran trece”, detalla el libro de investigación.
En otro capítulo del texto escrito por  Zita Cabello, explica que en el informe de autopsia hecho a los trece cuerpos, aparece que el de Winston Cabello no tenía heridas de bala, por el contrario la causa de muerte fue “trauma torácico producido por un objeto afilado”. La autora también relata el diálogo sostenido en noviembre de 1974 con su amiga Ximena de la Barra sobre cómo había perdido la vida su hermano: “un teniente llamado Armando Fernández Larios lo mató abriéndole el abdomen con un corvo. Fernández le confesó personalmente el crimen a un amigo mío que es siquiatra. Dijo que el camión que llevaba a los presos se detuvo veinte minutos, al sur de Copiapó, en un lugar llamado Cuesta Cardones. Todos los guardias habían estado bebiendo, empujaron a los presos fuera del camión y los obligaron a correr por el desierto. No dejaron de reírse mientras mataban a sus víctimas. Tu hermano desafió a Fernández Larios a matarlo ahí mismo. ‘No pienso correr’ le dijo Winston. ‘Nadie podrá acusarme de tratar de escapar’. Winston había adivinado el plan de los militares. Fernández estaba furioso con su actitud desafiante y lo golpeó. Después, sacó su cuchillo militar y le abrió el abdomen” señala en su libro.
En abril de 2017 la Corte Suprema condenó a seis miembros del ejército en retiro, Sergio Arredondo, Pedro Espinoza, Patricio Díaz, Ricardo Yáñez, Waldo Ojeda y Marcelo Marambio, por las ejecuciones correspondientes a los detenidos provenientes de Copiapó y por secuestro calificado a las víctimas provenientes de El Salvador. Las penas fueron por 15 años y un día de presidio a los ex oficiales del ejército Arredondo y Espinoza, en calidad de autores de los delitos, y de 11 años de presidio para Patricio Díaz como autor de homicidio calificado de las trece víctimas.
En tanto, los ex oficiales del ejército Ricardo Fernando Yáñez Mora, Waldo Antonio Ojeda Torrent y Marcelo Arnaldo Marambio Molina recibieron penas de 10 años y un día de presidio, por su responsabilidad en los mismos delitos.
La caravana de la muerte recorrió también las ciudades de Cauquenes, La Serena, Calama y Antofagasta asesinando a setenta y cinco presos políticos.

UN EXPEDIENTE HISTÓRICO

Carmen Hertz fue la primera en romper el paradigma de la época en materia judicial e interponer una querella por la muerte de su esposo a manos de la caravana de la muerte en su paso por Calama. Angélica Palleras se enteró de este hecho y comprendió que era importante pedir justicia. La primera respuesta, cuando viajó a Copiapó y se sentó en la silla del funcionario del obispado que trabajaba en esta materia fue que era imposible. Ella no quedó conforme con esa contestación y decidió conversarlo con el Obispo Fernando Ariztía.
La puerta estaba siempre abierta para los familiares de las víctimas de la dictadura como también para quien lo necesitara. El Obispo la saludó cariñosamente y la escuchó con atención. Estuvo de acuerdo, y le recomendó al abogado Erick Villegas, que trabajaba con el obispado, diciéndoles que había salvado hartas vidas con su trabajo a través de acciones judiciales, liberando a jóvenes,  sobre todo estudiantes, alguien muy comprometido con su labor.
La querella interpuesta por Carmen Hertz se cerró muy pronto. En cambio, Angélica, comenzó a trabajar con Erick Villegas. Él le entregó una ficha y acordaron un método de trabajo para probar  lo ocurrido con las víctimas de la caravana de la muerte y así demostrar que no habían sido ejecutados bajo la ley de fuga.
Angélica recuerda lo que fue ese trabajo, arduo y emocionalmente muy duro, pero también reconfortante.
-Él me dijo ‘necesito saber quién era tu hermano, a qué se dedicaba, donde lo detuvieron, testigos, donde se lo llevaron y que pasó con su periodo en la cárcel’. Hice un trabajo puerta a puerta, en las poblaciones donde estuvo, quién lo ayudó, personas que estaban en la cárcel, vecinos o que lo vieron en el regimiento, compañeros presos. No fue fácil porque había mucho miedo, ex presos políticos cerrados, pero otros hablaban, me fue bien con la gente, con los pobladores, porque mi hermano era dirigente en las poblaciones del campamento Arnoldo Ríos.  Inclusive tuve testimonios que fueron fundamentales que dieron militares de las poblaciones, en la casa de una señora me hicieron esperar y me acuerdo que un militar entró por las paredes… y en el patio, ahí llegó, se sentó y me dijo ‘hágame todas las preguntas y le voy a cooperar’ –cuenta Angélica sobre la búsqueda de testigos y testimonios.
Fueron dos los que colaboraron con la investigación, que estuvieron en el regimiento usando un uniforme. Le contaron que fue una noche de terror, que el olor de la sangre se sintió y el aire estaba caliente. Escucharon los gemidos del dolor de las víctimas y el placer y la prepotencia con que cometieron el crimen los militares que venían de afuera, en el helicóptero, le dijeron que vieron salir cuerpos en bolsas de polietileno y los cargaron en un camión donde la sangre chorreó. Que después, cuando esos vehículos volvieron al regimiento, les costó lavarlos, la sangre permanecía. Que el trauma para ellos no pasó. Fue un episodio de su vida que nunca olvidaron.
También le dieron alguna información para en base a argumentos militares dieran cuenta que se trataba de un montaje: si los hubiesen trasladado realmente deberían haberlos llevado al norte y no al sur, porque la jurisdicción militar estaba en Antofagasta; indispensable el uso de escolta, vigilados por guardias armados dentro del camión –sólo iba un chofer y un copiloto- y no podrían haber abandonado el regimiento con tantos detenidos sin antes haber revisado el vehículo, con el fin de evitar averías.
Para sorpresa de muchos, esta causa prosperó bastante, hasta que un juez se declaró incompetente y lo envió al tribunal militar. Pero la causa fue una de las que sirvió de base para la querella contra Pinochet en España, la que permitió el desafuero de Pinochet y también para muchas posteriores en diversos lugares del país, que fueron dando cuenta de lo sucedido con la caravana de la muerte.
Llegado los años ’90 y ya con las exhumaciones de los cuerpos hechas y un nuevo proceso donde agruparon todas las querellas correspondientes a víctimas de la caravana en una misma ciudad –por episodios- Angélica continuaba preguntando por qué no habían establecido que las víctimas murieron bajo tortura en el regimiento. Habló con el Juez Guzmán, quien llevaba los casos y le aconsejó que pidiera la causa completa, ya que ahí debía estar el informe tanatológico. Eso hizo y para su sorpresa, no estaba.
Ese informe se perdió cuando estuvo en los tribunales militares. Por eso ahora Angélica está trabajando con un equipo en un libro que sirva para esclarecer lo acontecido:
- Estoy escribiendo un libro sobre  la caravana, para entender que era ese avión volando dejando muertos, quiénes son ellos, de dónde vienen, quién los mandó y ahí empecé a trabajar y a esta altura puedo comprobar en toda la investigación que esto fue una misión de la CIA, porque había que endurecer al ejército rápidamente, a los altos mandos regionales, pedirles los prisioneros y matarlos… deshonrar a los mandos locales y someterlos a uno central, porque había que matar, eran enemigos de guerra, una guerra fría que existía en el mundo donde estaba Estados Unidos y el socialismo y todo aquel que sea, parezca, piense comunista hay que matarlo y eso es lo que debía tener claro el ejército chileno y los debía declarar su enemigo… y para pensar así mataron a los propios militares chilenos – me cuenta Angélica Palleras sobre ese texto donde promete que recuperará gran parte de la información perdida. 
En la actualidad, la agrupación de familiares y amigos de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de Atacama sostiene que las víctimas de la caravana de la muerte perdieron la vida a causa de torturas en el Regimiento, y que esta verdad no quedó establecida en el expediente judicial debido a la pérdida de los documentos relativos a los peritajes a los cuerpos realizados en 1990 que así lo acreditaban, la que se produjo mientras dichos antecedentes estaban en manos de la justicia militar. Por esa razón, cada año al recordar este hecho, hacer una velatón, una romería o visitar el memorial en el cementerio siempre recuerdan esta verdad, para que no se pierda en el tiempo.
Todos los 17 de octubre en Copiapó se realiza una conmemoración de la Caravana de la muerte, fotografía de 2018 en el cementerio de Copiapó.


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