26 jun 2019

Guillermo Vargas, un estudiante asesinado en su universidad



Ocurrió el 5 de septiembre de 1984. Fue un momento en que los de la Universidad de Atacama estaban movilizados sumándose a un llamado nacional, se tomaron las instalaciones mientras un grupo salió a Copayapu y cortó la carretera. Carabineros y militares estaban afuera, esperando.  Con la autorización del rector de la época, Vicente Rodríguez, los militares ingresaron a la casa de estudios, golpearon y detuvieron en el suelo del economato a cerca de doscientos estudiantes.
Otros tantos decidieron huir, se dirigieron hacia el río y el cerro, cuando comenzaron los disparos. Guillermo cruzó por el puente que daba a la mina que utilizaban para prácticas, iba con un amigo, corriendo. No quería ser detenido. Ese día a primera hora había tenido una prueba de la carrera de Ingeniería que cursaba. Comenzaron a subir el cerro. Si miraban hacia abajo y a los lados, se veían militares, carabineros y aunque ellos no lo sabían, también agentes de la CNI que estaban en el lugar. Un poco más allá un CNI infiltrado como estudiante, recibió una bala y murió.
Guillermo y su amigo sentían los disparos mientras corrían.  Una bala en la cabeza detuvo su carrera, lo derribó y mató inmediatamente. Tenía 21 años.
El Obispo Fernando Ariztía ingresó al lugar y alcanzó a percatarse que estaban poniendo elementos explosivos en sus ropas, para justificar su muerte y así culparlo de ser un peligroso terrorista.
Ese día hubo 300 detenidos, gran parte de ellos menores de edad, estudiantes de enseñanza media del Grado Técnico Profesional que tenían sus clases regulares en la UDA, catorce heridos, dos de ellos de extrema gravedad que debieron ser operados en el Hospital para continuar vivos.
El funeral fue gigantesco, para una ciudad pequeña como el Copiapó de los ochenta, cinco mil personas se volcaron a las calles a despedirlo. Todo el pueblo.
Esta muerte de un inocente, ha marcado generaciones de estudiantes de la Universidad de Atacama e inspirado la creación de artistas para que la historia de este joven no se olvide en el tiempo. Así nació la novela de Osman Cortés “Las muertes perpetuas” que cuenta la historia de un estudiante ficticio, en medio de los ochenta, que forma parte del movimiento estudiantil y como tal está ahí, en la UDA, el día que asesinan a Vargas. Juan Manuel Cáceres también fue ganador de un Fondart, que le permitió escribir un guión para transformar en una película esta historia.
Jóvenes pertenecientes al Centro de Investigación Estudiantil de dicha casa de estudios hicieron un mini documental llamado “Guillermo Vargas Íntimo” donde hablan la madre, su hermana y un profesor. Y en la Universidad en forma más oficial, hay un monolito que lo recuerda, un mural y una calle interna que lleva su nombre.
Guillermo era el cuarto de 6 hermanos en una familia donde dos de ellas ya se habían casado. De carácter alegre muy alegre, solía “tirar tallas”, vivir rodeado de amigos que constantemente visitaban a su casa. Su hermana Ximena, relata que durante la enseñanza media –la que cursó en el Liceo Católico- “siempre salió mejor compañero”. Con la madre era cariñoso, preocupado también de su padre y muy consciente de la situación económica que vivía la familia, así que cuando obtuvo su licencia de conducir comenzó a ayudar con el taxi colectivo que sustentaba el hogar. Antes, su papá trabajaba como jefe de turno de la mina de Cerro Imán, hasta que lo finiquitaron. Al parecer, una exoneración política.
En casa le decían Wille, escuchaba música como Queen y The Police, los que alternó sin problemas con el Canto Nuevo y Silvio Rodríguez. Dicen que era bueno para pololear, en su familia conocieron a su primer amor, Viviana, y a Isa, una compañera del baile religioso de “los pieles rojas”, del que ambos formaban parte. De acuerdo al funcionamiento de estas agrupaciones de bailes religiosos que danzan en las festividades católicas ante La Virgen de La Candelaria, el Día de la virgen, entre otras, se hace una manda por una determinada cantidad de tiempo. Guillermo se comprometió por cinco años y alcanzó a hacer tres. Ximena completó los otros dos que su hermano no logró cumplir.
-Isa fue importante. Fue bien cercana a mi casa, de hecho después que mataron al Wille quedó tan mal como mi mamá, la veías como alma en pena -recuerda Ximena sobre esos días y meses tan llenos de dolor para la familia y quienes quisieron a Guillermo- él era bien importante en la familia, el hombre mayor de los hermanos, todas las fichas estaban puestas ahí, el único que había entrado a la universidad, súper orgullosos de él porque era inteligente, estudioso, disciplinado y con buenas notas.

Guillermo a veces andaba en moto, en la de un amigo, le gustaba ir a mochilear, salir a bailar a la discoteque, la “Music” en Atacama, ir a fiestas, andar en lotes con amigos. También viajaba a La Ligua a comprar chalecos para vender y como no había mucho dinero se iba a dedo para allá. Cuando podía, se arrancaba a Caldera con sus amigos. No tuvo militancia política alguna, pero sí conciencia de lo que ocurría en el país y en la universidad, donde veía a algunos de sus compañeros que no tenían como alimentarse.
La muerte de su hermano, para Ximena fue dejar de ser niña y aterrizar bruscamente en una realidad donde no había seguridades ni justicia. Fue una transformación brutal:
- Fue como que te pegaran una cachetada, porque a los 13 años andas pensando en pasarlo bien y al otro día andaba peleando contra Pinochet, fue brusco el cambio. He vivido todo este tiempo con esta espina del por qué a nosotros, porque a él… Después entendí que era más bien por qué no a él. Me volví rebelde, con rabia y protestas, encuentros que había, iba.  Me llevaron detenida una vez y ahí me calmé porque en mi casa pensaron que me iban a devolver en un cajón muerta a los 18 años. Tuve dos amigas que me contenían mucho y ellas… una en especial en días de protestas se subía conmigo y me iba a dejar a mi casa porque sabía que me iba a ir y me iba a bajar en la protesta.
Ximena recuerda que fueron como dos años de luto en su casa, con su madre depresiva y su padre sin deseos de nada. Varias veces a él lo encontraron estacionado frente a la universidad, mirando hacia el cerro, en su colectivo, el que desgraciadamente tenía como parte del recorrido esa casa de estudios. Tiempo terrible para la familia. Ahora, la madre y los hermanos de Wille esperan que por fin haya justicia y se identifique a él o los responsables del asesinato del joven estudiante. A 34 años de ocurridos los hechos, se realizó en el mes de julio (2018) la reconstitución de la escena del crimen, en el segundo proceso que se efectúa, ya que el anterior fue cerrado por falta de méritos.




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