26 jun 2019

Atilio Ugarte, “El Gafa”




Le decían “el gafa” porque sus lentes oscuros eran compañeros inseparables de este joven estudiante de la Escuela de Minas perteneciente a la Universidad Técnica del Estado, por la década de los setenta. Oriundo de Valparaíso, sus ojos claros probablemente se negaban a adaptarse al fuerte sol que todos los días resplandecía en Copiapó. 
Al interior de su familia, fue el único hombre entre cinco mujeres, tal vez eso lo llevó a compartir mucho con su padre. En los tiempos libres lo ayudaba en el pequeño negocio que tenían frente a su casa o lo acompañaba a comprar las verduras frescas durante la mañana. Las hermanas recuerdan que compartían con él juegos como el bachillerato, que era un destacado estudiante y se veían durante el almuerzo, a la llegada del colegio en la tarde y durante los fines de semana. A mediados del siglo veinte aún gran parte de las escuelas de Valparaíso estaban divididas por sexo, por tanto, era el único que estudiaba en otro establecimiento, caminaba todos los días por un camino en sentido contrario que el de ellas, todas estudiantes de un colegio católico dirigido por monjas.
Eloísa, la hermana mayor, lo evoca durante sus primeros años como regalón, en aquella época en que ella lo ayudaba a vestirse o amarrarse los zapatos. De joven, lo describe como muy orientado a sus estudios, constantemente decía que iba a perfeccionarse y llegaría a ser un profesional. No acostumbraba frecuentar fiestas, ni practicar deportes, parecía muy concentrado en sus objetivos. Después de terminar sus estudios se fue a la Escuela Industrial, donde se tituló en instalaciones sanitarias. Hizo su práctica en la Enap y posteriormente trabajó en el norte, en Tocopilla dicen las hermanas, en Taltal recuerda su primo. Después de un tiempo se consiguió una beca para estudiar ingeniería en minas en la UTE de Copiapó. Durante un tiempo se mantuvo en el internado y posteriormente arrendó una pensión.
Mirtha Colman tiene recuerdos muy nítidos de él en su paso por la UTE, donde fueron compañeros de universidad, aunque de distintas carreras:
-Siempre nos sentábamos en un asiento después de almorzar en el casino. Tenía tantos ideales, como todo joven tenía sus sueños, pero era un niño muy tranquilo, con muy buenos pensamientos, soñando que el mundo podía cambiar y hablábamos de todas las injusticias, de cómo hacer para cambiar este mundo, la pobreza, la maldad, era como un sabio… me encantaba escucharlo y era calmado… y además yo lo encontraba buen mozo, nunca lo miré con unos ojos de…  coquetería, tenía una tez tostada y unos ojos preciosos como de bueno, que puedes mirarlo y sentir que era una persona maravillosa. Ese era Atilio Ugarte, una persona maravillosa–recuerda esta connotada artista plástica.
Marcia y Eloísa han continuado viviendo en la región de Valparaíso, pero hacen el esfuerzo para visitar la tumba de su hermano cada 17 de octubre en Copiapó, fecha en que se conmemora la caravana de la muerte. Ninguna de ellas escuchó a su hermano alguna vez hablar de política ni que perteneciera al MIR. Al menos en su casa.
Sergio Jirón era militante del MIR por aquellos años y fue testigo del ingreso y conformación de Atilio a la colectividad:

-Lo conocí como alumno de la Escuela de Minas, el año 1971. En los plenos nos ubicábamos la gente de izquierda y quiso ingresar al MIR. Era una persona muy serena, observador, tranquilo. Además, tenía diferencia de edad, 22 años, era viejo entonces porque la mayoría de sus compañeros teníamos 18, 19. Él nos inspiraba respeto. Formó parte del MIR de un área que se llamó infraestructura.
Fernando Rivera Lutz escribió estas palabras en la red social Facebook: “de los asesinados por la caravana de la muerte, acá en Copiapó, había varios que poseían condiciones naturales de liderazgo. De entre los que conocí, Manuel Cortázar, Leopoldo Larravide, que despertaban la natural admiración entre la pendejada. Sin embargo, siempre me ha acompañado la figura, solitaria, misteriosa y distante de Atilio Ugarte, "el Gafa", por su incorruptible necesidad de calzar, aunque se viniera el cielo abajo por causa de una tormenta, sus inseparables gafas oscuras. Atilio era un tipo que trabajaba en una planta metalúrgica estatal, pero también estaba concluyendo sus estudios universitarios en la ex UTE, gracias al programa de estudios superiores para trabajadores, impulsado por el Presidente Allende. En alguna oportunidad compartimos sala, siendo yo alumno regular de Ingeniería y él reforzando sus conocimientos tal vez. Me he preguntado miles de veces ¿le habrán sacado palabra sus torturadores? ¿cómo enfrentaría, dada su parquedad, sus últimos momentos? ¿o en la víspera de lo que vendría? Atilio, una víctima más de la larga lista, del criminal que falleció hoy día en la más completa impunidad”; escribió un dia después de la muerte de Arellano Stark.

LA CAÍDA
Buscaban a Edwin Mancilla, por sobre todos. Él había dejado la vivienda que arrendaban con Sergio Jirón el mismo día del golpe y ambos se fueron a casas de seguridad en forma separada. La idea era no dejar rastros y cambiar constantemente. Ya no había recursos ni mucho apoyo, así que era una tarea difícil. En este contexto Atilio fue tremendamente solidario y albergó a Mancilla en el lugar que arrendaba. Su primo, Marcos Gutiérrez Alfaro, recuerda lo cercanos que eran:
- Mi papá en Antofagasta me dijo ‘acá está tu primo’ y me parecía que lo había visto cuando chico, cuando él se fue a trabajar al norte. Mi papá con mucho orgullo dijo ‘es hijo de mi hermana’. Y de ahí ya éramos adultos. Teníamos casi la misma edad, yo soy dos años mayor que él.  De ahí en adelante tuvimos contacto y cuando me vine a Copiapó el año 73 en abril, llegué de profesor de educación física a la Universidad Técnica del Estado, él era alumno y nos juntábamos. Compartía con nosotros, con mi familia y mis hijos en mi casa, iba almorzar siempre. Después del 11 decidió llevarse la comida para la noche decía que para él, pero era para compartirla con Edwin Mancilla –recuerda este profesor ahora jubilado, quien también participa de la conmemoración de la caravana de la muerte junto a sus primas.
Un mal día los agentes supieron donde vivía Atilio y al llegar los encontraron a ambos. A ‘Tilo’ le faltaban sólo un par de años para terminar la universidad. Su primo lo extrañó, cuando dejó de ir por su casa. Se enteró por el diario que estaba detenido y corrió al regimiento a verlo, acompañado de sus pequeños hijos. A pesar de que era día y hora de visita no lo dejaron entrar. Como profesor universitario se había dedicado en el mes de septiembre a hacerle clases de cueca a soldados y oficiales, incluido el comandante del regimiento Oscar Haag. Un teniente lo reconoció y ordenó a un conscripto dejara encontrarse a los primos.
- Lo dejaron en medio de la cancha de basquetbol, en un cuartito, del porte de un baño químico de ahora donde se atendía a las visitas, frente a un guardia y cuando lo vi detenido… como estaba… tenía quebrado el cráneo… En un momento mi hijo chico y mi niña se fueron caminando para un lado y el conscripto los siguió porque se iban lejos y ahí Atilio me mostró como tenía los indicios de la electricidad, quemaduras. Me contó que estaban durmiendo en la noche y llegaron carabineros y lo primero que hicieron fue un culatazo en la cabeza y de ahí no se acuerda más y que lo torturaron tanto, que estaban en carpas, no en los calabozos. Cuando le reclamé al teniente, llamó al conscripto y le preguntó dónde estaba… ‘pero cómo se te ocurre traerlo de allá, si esos están incomunicados y no pueden hablar con nadie’. El conscripto le contestó ‘si usted me mandó’ y el teniente me pidió que no le dijera a nadie que me había mostrado a mi primo, porque lo iban a castigar. Ese mismo día hablé con el secretario del comandante y me dijo que estaba ocupado y presenté el reclamo y acusé igual al teniente.
Dos días más tarde Marco leyó la espantosa la noticia del fusilamiento de su primo junto a otros doce detenidos por la supuesta ley de fuga. Llamó a su tío para contarle la mala noticia. Marcia, hermana de Atilio, recuerda que siempre le envió tarjetas para las fechas especiales, como una muestra de cariño.
-Lo que más presente tengo es que cuando lo vinieron a buscar le encontraron todo dado vuelta, tirado en el piso, encontraron una tarjeta mía, de navidad y eso te marca –dice Marcia Ugarte, quien viste una polera con el rostro de su hermano y lágrimas en los ojos al recordar ese gesto que le revela el cariño que se tenían. No llegó a entregarle la tarjeta por sus 25 años.
Marco cuenta que tras la desaparición fueron días muy tristes, escuchando historias sobre como asesinaron a las víctimas de la caravana de la muerte. Junto a su madre visitaron el cementerio, buscaron el patio 16, dejaron unas flores, como muchos copiapinos y copiapinas lo hicieron durante años en el sitio donde decían que los habían enterrado. Más allá estaba la madre de Manuel Cortázar, llorando, porque había encontrado en el sector el zapato de su único hijo.


Marcia Ugarte en el cementerio de Copiapó para la conmemoración de la Caravana de la Muerte, 2018.










No hay comentarios:

Publicar un comentario