26 jun 2019

Pedro Emilio Pérez Flores, un hombre alegre e intenso



Alto. Muy alto. Pelo café oscuro, ojos cafés. Nació en Colla sur donde su padre se desempeñaba y al quedarse sin trabajo la familia se trasladó a Machalí y posteriormente a Rancagua. A los doce años sus padres lo enviaron acompañado de un baúl con sus pertenencias a la Escuela Técnica del Estado en Copiapó, internado. No conforme con ese título técnico, ingresó a la universidad, se hizo ingeniero, se quedó en Copiapó y se unió al Partido Socialista. Se casó con Nury Jara y tuvieron dos hijos: Pedro y Cecilia. La familia vivió en Sewell, cerca de Los Andes y Mina Carmen en las inmediaciones de El Salvador, de acuerdo a los trabajos del joven ingeniero, hasta que ingresó a la Universidad Técnica del Estado en Copiapó, como profesor.
De la vida familiar, resultaba sagrado ir lo más seguido posible a Bahía Inglesa y por supuesto en vacaciones de verano, una vez al año viajar a Rancagua a visitar a los padres, hacer bromas a sus hijos, a los primos de sus hijos, a la familia y a gran parte de los que se cruzaban por su camino. A sus niños les encantaba jugar con él “al lulo”, donde los enrollaba en una frazada por turnos y luego los desenrollaba entre medio de sus risas.  
Cecilia Pérez, su hija, evoca esas imágenes de cuando era niña, una infancia donde disfrutó a su padre hasta los ocho años de edad:
-Le gustaba mucho jugar al ajedrez, enseñarme cosas. Me dijo que me compraría un reloj si aprendía a leer la hora y aprendí súper rápido y tuvo que comprármelo. Nos enseñaba a jugar ajedrez. Tenía hartos amigos que iban a jugar ajedrez a la casa. Nosotros visitábamos mucho la casa de Leonello, él a mí me decía Susy como mi gata y a la gata le decía Ceci, para molestarme no más. Eran tiempos muy álgidos, porque mi papá nos llevaba a todos lados, mi mamá trabajaba en la Radio Atacama y allí se reunían siempre. Mi papá y mi mamá iban a las reuniones políticas y era un mundo aparte, porque había pintura, engrudo -dice Cecilia recordando la sede del PS que para los hermanos era un lugar verdaderamente fantástico- en la radio también había muchas cosas bacanes. Ahí conocí a Cortázar, nos portábamos mal con mi hermano y él nos sacaba para que no molestáramos tanto. Era un niño también, así lo recuerdo.
Vivían tiempos de mucha confrontación política, razón por la que Cecilia tiene imágenes en su memoria de vidrios quebrados pertenecientes a la céntrica casa donde vivían, consecuencia de unas piedras probablemente derechistas. También de una casa de dos pisos ubicada en pleno centro, donde estuvo en la toma de una empresa por parte de sus trabajadores que sus padres debían acompañar y no tenían con quién dejarlos. Otro recuerdo es el de una persona contratada para cuidarlos que no aguantó las ganas de participar de una marcha y los llevó con ella, algo absolutamente prohibido por sus padres. Así que la familia se encontró entre medio de las banderas en plena calle, ante la alegría de los pequeños y la molestia de sus padres. 
De los peligros que acechaban a la familia, conversaron numerosas veces. Que tal vez tendrían que dejar la casa sorpresivamente y quedarse en otro lugar, entonces los niños pensaban que estarían en el hotel turismo, lo que les parecía genial.
- Con mi hermano sabíamos que iba a haber una guerra y de seguro sería como el estilo de las películas y buscábamos un refugio donde escondernos en la casa – recuerda Cecilia acerca de un lugar que decidieron sería su refugio.
En la universidad, Pedro Pérez saludaba a todo el mundo y solía mantener un tono jovial. Se le veía por los pasillos o los patios rodeado de estudiantes. En política, era miembro de la dirección regional del PS, con el cargo de secretario de organización. Profesionalmente apoyaba al gobierno como interventor de la Planta Elisa de Bordo, la que se había entregado a los trabajadores.
-Era muy alegre. Persistente en sus posturas políticas, estaba en las posiciones más duras en el partido, un tipo más de acción, porque había muchos compañeros que eran muy teóricos. Le gustaban mucho los Beatles, de eso me acuerdo porque en ese tiempo nosotros no escuchábamos mucha música en inglés. Le gustaba parodiar con esa canción Let it be, decía, deja hacer o deja ser. Un buen compañero, solidario, de muy buen trato, un tipo muy especial -dice Magaly Varas respecto a este hombre que el ’73 contaba con 29 años de edad.
Con sus ocho años, Cecilia recuerda el momento exacto en que su rutina fue destruida. El 11 de septiembre celebraban el día del profesor y ella sería la protagonista del acto preparado por su curso en el colegio. Tenía todo listo. Pero sus padres los despertaron y les dijeron que no habría escuela, que irían a la casa de sus abuelos. A Cecilia no le gustó nada la idea, insistió en que tenía que ir, pero terminó solo con la ropa puesta en la casa de sus abuelos, mientras ambos padres partían. Habían despertado escuchando las palabras de Allende por la radio.
- Nos fueron a dejar y como había toque de queda, una tía que trabajaba en el hospital nos fue a buscar en una ambulancia y nos llevó a la escuela normal, que ahora es la UDA. Mi tío vivía ahí, hermano mayor de mi mamá, nos quedamos con él y mi tía. Estuvimos viviendo un año y medio con él. Porque mi mamá estuvo tres años en la cárcel. Un año y medio después nos quedamos con mis abuelos. 
Pero no fue suficiente sufrimiento para esta familia.
-Nosotros tuvimos que irnos de chile porque mi mamá estuvo presa y le sacaban todos los años la cresta y volvían después para amedrentarla. Una de las personas que ayudó en el caso de mi mamá fue Fernando Ariztía. Después cada vez que iba a Roma pasaba a vernos y fue muy cercano a mi mamá y Camus también. La molestaron tanto y mi mamá no tenía para salir, tomó la decisión de irse, la hermanastra de mi papá le hizo todos los trámites en Santiago para que se pudiera ir al extranjero y encontró que Holanda era el mejor país -cuenta sobre sus años en el exilio, que sólo terminaron cuando llegó la democracia.
Cecilia volvió a Copiapó cuando exhumaron los cuerpos de las víctimas de la caravana de la muerte y participó de todo el proceso, incluido el funeral.
-Llegaron unos viejitos, lo conocían de la planta, con unas flores muy humildes. No mucha gente se acercó a mí, por lo menos, aunque soy de Copiapó y tengo familia, nadie estuvo ahí conmigo y fue bonito recibirlos a ellos -recuerda Cecilia sobre esos trabajadores, mineros con los que su padre había trabajado.
Para ella, septiembre es un mal mes.
- Nos hizo falta mi papá, no debería haber pasado lo que pasó, no como pasó. No debería haber ocurrido un golpe de Estado, pero ya lo hubo. Lo llevaron preso y lo torturaron, por último, pudieron haberle disparado, fusilado, pero no haberse ensañado de la forma que lo hicieron y eso me complica mucho y no hay día que no piense en eso, sobre todo cuando termina septiembre, a mediados de septiembre aparece eso, porque lo que hicieron con ellos fue muy terrible y a veces pienso para qué. Por qué los torturaron de la forma que lo hicieron hasta la muerte, los mutilaron con cuchillos en la caravana de la muerte –indica esta hija que continúa sufriendo ante la crueldad que vivió su padre.

DE PUÑO Y LETRA

Nury Jara escribió estas líneas en la revista impulsada por Jorge Oporto “Derechos humanos”, durante la década de los noventa.
“Nació, vivió y murió con y a causa de sus ideales. Ciertos o equivocados, eran los suyos. Nadie le pidió un cambio de actitud, se exigió olvidarse de sus pretensiones, de sus deseos, de sus afanes, de sus ilusiones, de su vida misma. Nos olvidamos que el pensamiento idealista no se cambia, sí puede variar, quizás el comportamiento.
Bueno para convivir, listo siempre a disfrutar un plato de comida o un banquete. Pronto a tender la mano, al abrazo estrecho, a ofrecer una sonrisa y una amistad franca. Ágil en la talla espontánea, nunca mal intencionada, incomprendida a veces, pero siempre en busca del momento alegre. Fácil, grato para los demás y para él.
Su recuerdo es imperecedero. Su espíritu, figura y genio han quedado plasmados, marcados a fuego en sus hijos, una mujer y un hombre. Sus costumbres, carácter bonachón, las cosas de su agrado, paseos y lugares favoritos; sus amigos. Cómo disfrutaba del aire que respiraba a todo pulmón en las playas de Bahía Inglesa, su actitud campechana del hombre de Machalí, la alegría de alumno y seriedad de académico de la Universidad Técnica del Estado de Copiapó. Su estima y respeto por los que le rodeaban, su amor a la familia, su cariño por los animales, su emoción ante juegos y travesuras de niños. Un juego de ajedrez, la luz de una vela, un trozo de música clásica: todo junto para él era un momento digno de vivirse. Un pedazo de pan, una fruta que se come a mordiscos, pensar en el lugar, la gente o el qué dirán no tenía la menor importancia.
Fue una persona, un hombre, un esposo, un padre, un amigo que se hizo merecedor de un recuerdo inmenso, grato a lo máximo, imborrable. Razones demás para no recordarlo con pena, si no con mucha alegría por lo que logramos de él. Sí, qué pena que haya faltado tiempo para conocerlo más, para haberlo comprendido mejor, para haber interpretado el significado y propósito que tenía su vida”.

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