Alto. Muy alto.
Pelo café oscuro, ojos cafés. Nació en Colla sur donde su padre se desempeñaba
y al quedarse sin trabajo la familia se trasladó a Machalí y posteriormente a
Rancagua. A los doce años sus padres lo enviaron acompañado de un baúl con sus
pertenencias a la Escuela Técnica del Estado en Copiapó, internado. No conforme
con ese título técnico, ingresó a la universidad, se hizo ingeniero, se quedó
en Copiapó y se unió al Partido Socialista. Se casó con Nury Jara y tuvieron
dos hijos: Pedro y Cecilia. La familia vivió en Sewell, cerca de Los Andes y
Mina Carmen en las inmediaciones de El Salvador, de acuerdo a los trabajos del
joven ingeniero, hasta que ingresó a la Universidad Técnica del Estado en
Copiapó, como profesor.
De la vida
familiar, resultaba sagrado ir lo más seguido posible a Bahía Inglesa y por
supuesto en vacaciones de verano, una vez al año viajar a Rancagua a visitar a
los padres, hacer bromas a sus hijos, a los primos de sus hijos, a la familia y
a gran parte de los que se cruzaban por su camino. A sus niños les encantaba
jugar con él “al lulo”, donde los enrollaba en una frazada por turnos y luego
los desenrollaba entre medio de sus risas.
Cecilia Pérez,
su hija, evoca esas imágenes de cuando era niña, una infancia donde disfrutó a
su padre hasta los ocho años de edad:
-Le gustaba
mucho jugar al ajedrez, enseñarme cosas. Me dijo que me compraría un reloj si
aprendía a leer la hora y aprendí súper rápido y tuvo que comprármelo. Nos
enseñaba a jugar ajedrez. Tenía hartos amigos que iban a jugar ajedrez a la
casa. Nosotros visitábamos mucho la casa de Leonello, él a mí me decía Susy
como mi gata y a la gata le decía Ceci, para molestarme no más. Eran tiempos
muy álgidos, porque mi papá nos llevaba a todos lados, mi mamá trabajaba en la
Radio Atacama y allí se reunían siempre. Mi papá y mi mamá iban a las reuniones
políticas y era un mundo aparte, porque había pintura, engrudo -dice Cecilia
recordando la sede del PS que para los hermanos era un lugar verdaderamente
fantástico- en la radio también había muchas cosas bacanes. Ahí conocí a
Cortázar, nos portábamos mal con mi hermano y él nos sacaba para que no
molestáramos tanto. Era un niño también, así lo recuerdo.
Vivían tiempos
de mucha confrontación política, razón por la que Cecilia tiene imágenes en su
memoria de vidrios quebrados pertenecientes a la céntrica casa donde vivían,
consecuencia de unas piedras probablemente derechistas. También de una casa de
dos pisos ubicada en pleno centro, donde estuvo en la toma de una empresa por
parte de sus trabajadores que sus padres debían acompañar y no tenían con quién
dejarlos. Otro recuerdo es el de una persona contratada para cuidarlos que no
aguantó las ganas de participar de una marcha y los llevó con ella, algo
absolutamente prohibido por sus padres. Así que la familia se encontró entre
medio de las banderas en plena calle, ante la alegría de los pequeños y la
molestia de sus padres.
De los peligros
que acechaban a la familia, conversaron numerosas veces. Que tal vez tendrían
que dejar la casa sorpresivamente y quedarse en otro lugar, entonces los niños
pensaban que estarían en el hotel turismo, lo que les parecía genial.
- Con mi hermano
sabíamos que iba a haber una guerra y de seguro sería como el estilo de las
películas y buscábamos un refugio donde escondernos en la casa – recuerda
Cecilia acerca de un lugar que decidieron sería su refugio.
En la
universidad, Pedro Pérez saludaba a todo el mundo y solía mantener un tono
jovial. Se le veía por los pasillos o los patios rodeado de estudiantes. En
política, era miembro de la dirección regional del PS, con el cargo de
secretario de organización. Profesionalmente apoyaba al gobierno como
interventor de la Planta Elisa de Bordo, la que se había entregado a los
trabajadores.
-Era muy alegre.
Persistente en sus posturas políticas, estaba en las posiciones más duras en el
partido, un tipo más de acción, porque había muchos compañeros que eran muy
teóricos. Le gustaban mucho los Beatles, de eso me acuerdo porque en ese tiempo
nosotros no escuchábamos mucha música en inglés. Le gustaba parodiar con esa
canción Let it be, decía, deja hacer
o deja ser. Un buen compañero, solidario, de muy buen trato, un tipo muy
especial -dice Magaly Varas respecto a este hombre que el ’73 contaba con 29
años de edad.
Con sus ocho
años, Cecilia recuerda el momento exacto en que su rutina fue destruida. El 11
de septiembre celebraban el día del profesor y ella sería la protagonista del
acto preparado por su curso en el colegio. Tenía todo listo. Pero sus padres
los despertaron y les dijeron que no habría escuela, que irían a la casa de sus
abuelos. A Cecilia no le gustó nada la idea, insistió en que tenía que ir, pero
terminó solo con la ropa puesta en la casa de sus abuelos, mientras ambos
padres partían. Habían despertado escuchando las palabras de Allende por la
radio.
- Nos fueron a
dejar y como había toque de queda, una tía que trabajaba en el hospital nos fue
a buscar en una ambulancia y nos llevó a la escuela normal, que ahora es la
UDA. Mi tío vivía ahí, hermano mayor de mi mamá, nos quedamos con él y mi tía.
Estuvimos viviendo un año y medio con él. Porque mi mamá estuvo tres años en la
cárcel. Un año y medio después nos quedamos con mis abuelos.
Pero no fue
suficiente sufrimiento para esta familia.
-Nosotros
tuvimos que irnos de chile porque mi mamá estuvo presa y le sacaban todos los
años la cresta y volvían después para amedrentarla. Una de las personas que ayudó
en el caso de mi mamá fue Fernando Ariztía. Después cada vez que iba a Roma
pasaba a vernos y fue muy cercano a mi mamá y Camus también. La molestaron
tanto y mi mamá no tenía para salir, tomó la decisión de irse, la hermanastra
de mi papá le hizo todos los trámites en Santiago para que se pudiera ir al
extranjero y encontró que Holanda era el mejor país -cuenta sobre sus años en
el exilio, que sólo terminaron cuando llegó la democracia.
Cecilia volvió a
Copiapó cuando exhumaron los cuerpos de las víctimas de la caravana de la
muerte y participó de todo el proceso, incluido el funeral.
-Llegaron unos
viejitos, lo conocían de la planta, con unas flores muy humildes. No mucha
gente se acercó a mí, por lo menos, aunque soy de Copiapó y tengo familia,
nadie estuvo ahí conmigo y fue bonito recibirlos a ellos -recuerda Cecilia
sobre esos trabajadores, mineros con los que su padre había trabajado.
Para ella,
septiembre es un mal mes.
- Nos hizo falta
mi papá, no debería haber pasado lo que pasó, no como pasó. No debería haber
ocurrido un golpe de Estado, pero ya lo hubo. Lo llevaron preso y lo
torturaron, por último, pudieron haberle disparado, fusilado, pero no haberse
ensañado de la forma que lo hicieron y eso me complica mucho y no hay día que
no piense en eso, sobre todo cuando termina septiembre, a mediados de
septiembre aparece eso, porque lo que hicieron con ellos fue muy terrible y a
veces pienso para qué. Por qué los torturaron de la forma que lo hicieron hasta
la muerte, los mutilaron con cuchillos en la caravana de la muerte –indica esta
hija que continúa sufriendo ante la crueldad que vivió su padre.
DE PUÑO Y LETRA
Nury Jara
escribió estas líneas en la revista impulsada por Jorge Oporto “Derechos
humanos”, durante la década de los noventa.
“Nació, vivió y
murió con y a causa de sus ideales. Ciertos o equivocados, eran los suyos.
Nadie le pidió un cambio de actitud, se exigió olvidarse de sus pretensiones,
de sus deseos, de sus afanes, de sus ilusiones, de su vida misma. Nos olvidamos
que el pensamiento idealista no se cambia, sí puede variar, quizás el
comportamiento.
Bueno para
convivir, listo siempre a disfrutar un plato de comida o un banquete. Pronto a
tender la mano, al abrazo estrecho, a ofrecer una sonrisa y una amistad franca.
Ágil en la talla espontánea, nunca mal intencionada, incomprendida a veces,
pero siempre en busca del momento alegre. Fácil, grato para los demás y para
él.
Su recuerdo es
imperecedero. Su espíritu, figura y genio han quedado plasmados, marcados a
fuego en sus hijos, una mujer y un hombre. Sus costumbres, carácter bonachón,
las cosas de su agrado, paseos y lugares favoritos; sus amigos. Cómo disfrutaba
del aire que respiraba a todo pulmón en las playas de Bahía Inglesa, su actitud
campechana del hombre de Machalí, la alegría de alumno y seriedad de académico
de la Universidad Técnica del Estado de Copiapó. Su estima y respeto por los
que le rodeaban, su amor a la familia, su cariño por los animales, su emoción
ante juegos y travesuras de niños. Un juego de ajedrez, la luz de una vela, un
trozo de música clásica: todo junto para él era un momento digno de vivirse. Un
pedazo de pan, una fruta que se come a mordiscos, pensar en el lugar, la gente
o el qué dirán no tenía la menor importancia.
Fue una persona,
un hombre, un esposo, un padre, un amigo que se hizo merecedor de un recuerdo
inmenso, grato a lo máximo, imborrable. Razones demás para no recordarlo con
pena, si no con mucha alegría por lo que logramos de él. Sí, qué pena que haya
faltado tiempo para conocerlo más, para haberlo comprendido mejor, para haber
interpretado el significado y propósito que tenía su vida”.
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