26 jun 2019

Leonello Vincenti Cartagena, El profesor de física


Aunque su primer nombre es Héctor, todo el mundo lo conocía por Leonello. Llegó a Copiapó a mediados de la década de los sesenta. De ojos azules, pelo claro, alto y una inteligencia que se traslucía en su hablar reposado, las mujeres que lo conocieron lo recuerdan como un hombre atractivo y carismático, los hombres destacan su mesura; ambos géneros concuerdan en que sin lugar a dudas se trataba de un líder. Serio, porque estaban construyendo algo muy importante por tanto no era tiempo de risas fáciles -me explicaba una de las entrevistadas- sus intervenciones públicas en la universidad, en los plenos del partido, en las asambleas políticas daban cuenta de su cultura, su responsabilidad y su capacidad de argumentar.
Nació en 1940, en la familia conformada por Pierino Vincenti y Edicta Cartagena, fue el segundo entre sus ocho hermanos. Cursó sus estudios en Santiago y a punto de finalizar la enseñanza media ingresó a la juventud socialista. Estudió Licenciatura en Física y Matemática en la Universidad Técnica del Estado, en la sede de Santiago.
Cuando arribó a Copiapó, venía reponiéndose de la muerte de su esposa. La hija de este matrimonio roto por una enfermedad, se quedó con las hermanas de Leonello en otra ciudad y él se dedicó a sus clases en la entonces Universidad Técnica del Estado sede Copiapó, de física a los estudiantes de ingeniería en minas, mineralurgia y topografía.  En 1972, fue candidato a la vicerrectoría.
Adriana Vergara fue su alumna y lo recuerda con mucho cariño.
- Entré a la universidad el año 1970 y me hizo física.  Como profesor era excelente, con una paciencia, hablaba lento, no se exaltaba nunca, muy respetuoso, realmente un siete como profesor. Un hombre alto, muy buen mozo, de movimientos lentos, inteligente, él le hacía no sólo a la física, era sicólogo, médico, en fin, hacía de papá. Un hombre muy íntegro. Jamás lo conocí en su faceta política hasta el último día, siempre tuve mis ideales, pero nunca pertenecí a un partido político, tal vez si hubiese sido socialista lo habría conocido en el partido. Leonello iba a las poblaciones, mis compañeros de curso partían con él y lo apoyaban. Hacían autoconstrucción, yo los veía dibujar planos, casas, hablaban de llevar arena y buscaban quien podía cooperarles.  Tuve cuatro físicas con él, cuatro semestres y nunca lo escuché hablar de política -resume su ex alumna.
Magaly Varas militaba en la juventud socialista y su marido, también compañero de la colectividad, tuvo clases con este profesor.
-Mi marido tenía la opinión de que era muy buen profesor, muy exigente fundamentalmente con los socialistas porque Leonello les decía que nosotros teníamos que ser los mejores y además los más solidarios.
Adriana sabía que Vincenti era socialista por su participación en los plenos de los estudiantes de la UTE, donde siempre tenía palabras conciliadoras para terminar con una disputa entre bandos opuestos, a los de derecha e izquierda que se peleaban los hacía darse la mano y llegar a algún acuerdo. Por eso cuando los ánimos se ponían demasiado álgidos, siempre lo llamaban.

EL GOLPE

Adriana recuerda el día del golpe de Estado. Ella había ido como todos los días a la universidad, se encontraba en clases cuando una noticia la hizo salir. Fue al sector de la enfermería, donde comenzó a escuchar una vieja radio que emitía los escalofriantes bandos militares, mientras una sensación nada agradable recorría su cuerpo. Unos minutos más tarde, vio como los militares se instalaron frente a la universidad con metralletas y armas punto 30. Leonello cerró las puertas de ingreso y se hizo cargo de dirigir lo que allí ocurría. Los estudiantes y profesores de derecha se fueron inmediatamente y los de izquierda se quedaron para defender su casa de estudios. La sensación ambiente es que iba a ser algo como “el tacnazo”, que con algunos actos de resistencia rápidamente se superaría y volverían al estado de derecho y la democracia.  Con la intervención, por cierto, del ejército que defendería al gobierno constitucional.
Junto a la asistenta social, Adriana se dedicó a cambiar la enfermería de lugar, ya que daba a la calle, con vidrios que no ofrecían ningún tipo de protección ante las posibles ráfagas militares.  Adriana recuerda trasladado  muchas sillas durante toda la mañana. Pasado el mediodía, sólo quedaba en la universidad  un par de mujeres o tal vez tres. Entonces Leonello le habló, en una conversación que ella recuerda como una muestra más del profesor preocupado que era “él sabía que yo tenía una guagua y me dijo váyase a su casa porque su guagua la necesita”.
Era el momento de hacerlo, ya que un militar había anunciado que la micro estacionada afuera sería la última en pasar, ya que impedirían la llegada de nuevos transportes para quienes se quedaran en la UTE. Adriana abandonó la universidad y cuando miró hacia atrás pensó en su esposo, también estudiante, que se quedaba allí quizás en qué parte de ese añoso edificio.

EN PAIPOTE

Leonello Vincenti era el máximo dirigente de la orgánica del Partido Socialista en la entonces provincia de Atacama, secretario político. En esos tiempos, la dirección regional tenía una relación muy estrecha con la juventud, la que este profesor había impulsado. Una de las áreas que propició con mucha fuerza fue la educación política, que por esos años comprendía el estudio del marxismo y los clásicos del socialismo, los modelos económicos existentes, los libros escritos por líderes de revoluciones que en ese tiempo proliferaban. Así debía ser la política para este dirigente, una consecuencia racional a la acción motivada por el estudio de la realidad y las formas de transformarla.
- Entonces peleábamos por ser parte de esa construcción de la sociedad socialista, el mundo nuevo que queríamos fundar, no estaban los componentes de género en esos años por eso uno hablaba del hombre nuevo, estábamos en la lucha contra la desigualdad y la pobreza por construir un mundo más justo. En ese plano Leonello era un gran formador. Cuando ganó Salvador Allende fue el encargado de los trabajos voluntarios y con su conducción participamos entusiastamente por ejemplo en pintar escuelas, el frontis de la UTE, hicimos trabajos voluntarios en los fundos que estaban tomados, se trataba de una forma en que los jóvenes, la mayoría estudiantes, nos podíamos ligar con otros mundos -recuerda Magaly sobre su forma de ejercer el liderazgo partidario.
Magaly había tenido su primer hijo el nueve de septiembre, a los ocho meses, en el Hospital, en medio de un paro médico y escasez de remedios e implementos, así que le pidió a su padre al día siguiente del parto que la fuera a buscar y llegó a casa de sus progenitores el 10 de septiembre, porque su marido estaba de viaje y prefería estar acompañada. Por el extraño silencio que reinaba en la casa la mañana del once, presintió que algo malo pasaba. Se levantó y vio a su hermano menor, el mismo que debía estar en la escuela y lo interrogó: ‘es que hay golpe de Estado’ le respondió tirando por la borda las precauciones de la madre.
Prendieron la Radio Atacama, decían que estaban ingresando tropas militares a la radio y luego el silencio incómodo de cuando se cortan las transmisiones. El resto de las señales emitían bandos militares y marchas. En la tarde, Lincoyán Cepeda, secretario político de la juventud socialista llegó a decirle a la encargada del frente de masas que había rumores de una división de las fuerzas armadas leal al gobierno, dirigida por el General Prats.
Más tarde, recibió una visita inesperada. Según la planificación ante un golpe, el punto de reunión sería Paipote pensando que los trabajadores de la Fundición, sumado a los mineros que abundaban en Tierra Amarilla defenderían el gobierno. No contaban con que los militares lo supieron o lo previeron y cortaron el camino entre Paipote y Tierra Amarilla a primeras horas de la mañana y detuvieron a varios de sus dirigentes.
Casi toda la dirección del PS se encontraba en la fundición: Pedro Pérez, Leonello, Faúndez, Lincoyán Cepeda y Jaime Sierra. Las casas de seguridad habían fallado, por lo que Vincenti le pidió a Magaly su casa. Ella se las prestó, advirtiéndole que no tenía cortinas, sólo visillos que se traslucían durante la noche y que usaran todo lo que necesitaran. Así que ahí estuvieron. Mientras, los trabajadores mantenían la toma de la fundición. 
La mamá de Magaly fue a verlos, les llevó té, café y en la conversación le manifestaron la gran confianza que tenían en la fuerza a los trabajadores. Todo podría caer menos la CUT, decían. Glorya, una amiga de Magaly, al ver luz en su casa fue a saludarla y conocer al recién nacido. Pero después de golpear insistentemente le abrió Leonello y con una mirada al interior se hizo un panorama. Reconoció a Pedro Pérez y a un par más, así que no le creyó que estaban cuidando la casa mientras Magaly volvía del Hospital. Ella, que también era militante, sólo le dijo que no era prudente estar en el hogar de dos militantes socialistas demasiado conocidos en la fundición.
Horas más tarde llegó un compañero de la juventud, David, a hablar con Magaly. Le pidió que lo contactara con Leonello o alguien de la dirección regional. Ella tenía el compromiso de no revelar a nadie su paradero, pero ante la gravedad de lo expuesto tomó la decisión de ir a verlos y consultar. Los militares amenazaban con bombardear la universidad si no la desalojaban. Magaly lo llevó a su casa, con el consentimiento de la dirección regional. Después supo que Vincenti creía que no había condiciones para resistir y cualquier tipo de acción podía desembocar en una tremenda masacre. Conclusión no compartida por todos, pero que prevaleció. David, además, se había dado la misión de pasar por la sede de su partido de calle Maipú y quemar toda la documentación que podía comprometerlos o permitir mayores persecuciones, cuando los militares la allanaran.
De hecho, los militares comenzaron a revisar los buses antes de que subieran los trabajadores a Paipote y los que llegaban del término del turno. Fue una señal de que no era seguro mantenerse en Paipote y el día 12 dejaron la casa de Magaly.
Un par de meses después, cuando a su esposo lo exoneraron por razones políticas de la Fundición y limpiaban para dejar la casa -propiedad siempre de la empresa- Magaly descongeló un pollo que tenía guardado para alguna emergencia. Fue una sorpresa descubrir dentro de la pechuga, protegidos por una bolsa de plástico, los carnés de militantes de todos los que estuvieron en esa vivienda el día del golpe de Estado.

DETENIDO

En la Universidad, a través de las visitas que su esposa le hacía, se enteraban del estado del profesor. Decían que Vincenti estaba muy deteriorado, que lo golpeaban mucho y lo estaban torturando, lo que provocaba tristeza e indignación en los estudiantes que lo apreciaban. Y no eran pocos. Sus compañeros y compañeras de partido estaban desperdigados, detenidos, escondiéndose y muchos de ellos perdiendo sus trabajos. Magaly Varas lo vio durante su detención en un par de ocasiones a fines de septiembre y principios de octubre. Lo encontró más serio de lo habitual, caminando lento, sin moretones ni heridas en cara o manos y agobiado por la situación.
-Me pidió que estuviéramos tranquilos, que no arriesgáramos a nadie más, nada de locuras, porque el golpe estaba consumado y esto no iba a ser como lo habíamos imaginado. Que no había nada qué pudiéramos hacer más que cuidarnos. Él me pidió expresamente y en la medida que yo pudiera conversarlo con otros compañeros decirles que todos estuviéramos quietos, me dijo ‘tienen que cuidarse todos porque acá, persiguen responsabilidades, pero de repente hay compañeros que sin tenerlas igual la están pasando muy mal, es a criterio de ellos’. Me insistió en que esto iba a pasar y los que estábamos afuera teníamos que ser capaces de sobrevivir y cuidarnos entre nosotros.
La última vez que lo vio, él le contó que saldrían pronto en libertad y que muy probablemente los relegarían a Chaitén. 

SALA DE CLASES

Adriana estaba en la sala de clases donde le correspondería la asignatura de física. El profesor reemplazante llegó y les informó que no la haría porque le acababa de llegar la noticia que había fallecido Leonello Vincenti. Fue un momento muy triste que ella resintió más aún ante la alegría de algunos de los presentes, cercanos a la derecha y de ideología claramente fascista. Un año después de estos hechos, un grupo de compañeros de universidad le mostraron fotos de un lugar del cementerio cubierto de cruces pequeñas, artesanales. Habían sido ellos, que entraron durante la noche y las pusieron en homenaje a Leonello, a los estudiantes y profesores asesinados, como también de los restantes caídos. Conocían a muchos de ellos y se decía que en ese lugar los habían sepultado clandestinamente, en el patio 16.

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