Aunque su primer
nombre es Héctor, todo el mundo lo conocía por Leonello. Llegó a Copiapó a
mediados de la década de los sesenta. De ojos azules, pelo claro, alto y una
inteligencia que se traslucía en su hablar reposado, las mujeres que lo
conocieron lo recuerdan como un hombre atractivo y carismático, los hombres
destacan su mesura; ambos géneros concuerdan en que sin lugar a dudas se
trataba de un líder. Serio, porque estaban construyendo algo muy importante por
tanto no era tiempo de risas fáciles -me explicaba una de las entrevistadas-
sus intervenciones públicas en la universidad, en los plenos del partido, en
las asambleas políticas daban cuenta de su cultura, su responsabilidad y su
capacidad de argumentar.
Nació en 1940,
en la familia conformada por Pierino Vincenti y Edicta Cartagena, fue el
segundo entre sus ocho hermanos. Cursó sus estudios en Santiago y a punto de
finalizar la enseñanza media ingresó a la juventud socialista. Estudió
Licenciatura en Física y Matemática en la Universidad Técnica del Estado, en la
sede de Santiago.
Cuando arribó a
Copiapó, venía reponiéndose de la muerte de su esposa. La hija de este
matrimonio roto por una enfermedad, se quedó con las hermanas de Leonello en
otra ciudad y él se dedicó a sus clases en la entonces Universidad Técnica del
Estado sede Copiapó, de física a los estudiantes de ingeniería en minas,
mineralurgia y topografía. En 1972, fue
candidato a la vicerrectoría.
Adriana Vergara
fue su alumna y lo recuerda con mucho cariño.
- Entré a la
universidad el año 1970 y me hizo física.
Como profesor era excelente, con una paciencia, hablaba lento, no se
exaltaba nunca, muy respetuoso, realmente un siete como profesor. Un hombre
alto, muy buen mozo, de movimientos lentos, inteligente, él le hacía no sólo a
la física, era sicólogo, médico, en fin, hacía de papá. Un hombre muy íntegro.
Jamás lo conocí en su faceta política hasta el último día, siempre tuve mis
ideales, pero nunca pertenecí a un partido político, tal vez si hubiese sido
socialista lo habría conocido en el partido. Leonello iba a las poblaciones,
mis compañeros de curso partían con él y lo apoyaban. Hacían autoconstrucción,
yo los veía dibujar planos, casas, hablaban de llevar arena y buscaban quien
podía cooperarles. Tuve cuatro físicas
con él, cuatro semestres y nunca lo escuché hablar de política -resume su ex
alumna.
Magaly Varas
militaba en la juventud socialista y su marido, también compañero de la
colectividad, tuvo clases con este profesor.
-Mi marido tenía
la opinión de que era muy buen profesor, muy exigente fundamentalmente con los
socialistas porque Leonello les decía que nosotros teníamos que ser los mejores
y además los más solidarios.
Adriana sabía
que Vincenti era socialista por su participación en los plenos de los
estudiantes de la UTE, donde siempre tenía palabras conciliadoras para terminar
con una disputa entre bandos opuestos, a los de derecha e izquierda que se
peleaban los hacía darse la mano y llegar a algún acuerdo. Por eso cuando los
ánimos se ponían demasiado álgidos, siempre lo llamaban.
EL GOLPE
Adriana recuerda
el día del golpe de Estado. Ella había ido como todos los días a la
universidad, se encontraba en clases cuando una noticia la hizo salir. Fue al
sector de la enfermería, donde comenzó a escuchar una vieja radio que emitía
los escalofriantes bandos militares, mientras una sensación nada agradable
recorría su cuerpo. Unos minutos más tarde, vio como los militares se
instalaron frente a la universidad con metralletas y armas punto 30. Leonello
cerró las puertas de ingreso y se hizo cargo de dirigir lo que allí ocurría.
Los estudiantes y profesores de derecha se fueron inmediatamente y los de
izquierda se quedaron para defender su casa de estudios. La sensación ambiente
es que iba a ser algo como “el tacnazo”, que con algunos actos de resistencia
rápidamente se superaría y volverían al estado de derecho y la democracia. Con la intervención, por cierto, del ejército
que defendería al gobierno constitucional.
Junto a la
asistenta social, Adriana se dedicó a cambiar la enfermería de lugar, ya que
daba a la calle, con vidrios que no ofrecían ningún tipo de protección ante las
posibles ráfagas militares. Adriana
recuerda trasladado muchas sillas
durante toda la mañana. Pasado el mediodía, sólo quedaba en la universidad un par de mujeres o tal vez tres. Entonces
Leonello le habló, en una conversación que ella recuerda como una muestra más
del profesor preocupado que era “él sabía que yo tenía una guagua y me dijo
váyase a su casa porque su guagua la necesita”.
Era el momento
de hacerlo, ya que un militar había anunciado que la micro estacionada afuera
sería la última en pasar, ya que impedirían la llegada de nuevos transportes
para quienes se quedaran en la UTE. Adriana abandonó la universidad y cuando
miró hacia atrás pensó en su esposo, también estudiante, que se quedaba allí
quizás en qué parte de ese añoso edificio.
EN PAIPOTE
Leonello
Vincenti era el máximo dirigente de la orgánica del Partido Socialista en la
entonces provincia de Atacama, secretario político. En esos tiempos, la
dirección regional tenía una relación muy estrecha con la juventud, la que este
profesor había impulsado. Una de las áreas que propició con mucha fuerza fue la
educación política, que por esos años comprendía el estudio del marxismo y los
clásicos del socialismo, los modelos económicos existentes, los libros escritos
por líderes de revoluciones que en ese tiempo proliferaban. Así debía ser la
política para este dirigente, una consecuencia racional a la acción motivada
por el estudio de la realidad y las formas de transformarla.
- Entonces
peleábamos por ser parte de esa construcción de la sociedad socialista, el
mundo nuevo que queríamos fundar, no estaban los componentes de género en esos
años por eso uno hablaba del hombre nuevo, estábamos en la lucha contra la
desigualdad y la pobreza por construir un mundo más justo. En ese plano Leonello
era un gran formador. Cuando ganó Salvador Allende fue el encargado de los
trabajos voluntarios y con su conducción participamos entusiastamente por ejemplo
en pintar escuelas, el frontis de la UTE, hicimos trabajos voluntarios en los
fundos que estaban tomados, se trataba de una forma en que los jóvenes, la
mayoría estudiantes, nos podíamos ligar con otros mundos -recuerda Magaly sobre
su forma de ejercer el liderazgo partidario.
Magaly había
tenido su primer hijo el nueve de septiembre, a los ocho meses, en el Hospital,
en medio de un paro médico y escasez de remedios e implementos, así que le
pidió a su padre al día siguiente del parto que la fuera a buscar y llegó a
casa de sus progenitores el 10 de septiembre, porque su marido estaba de viaje
y prefería estar acompañada. Por el extraño silencio que reinaba en la casa la
mañana del once, presintió que algo malo pasaba. Se levantó y vio a su hermano
menor, el mismo que debía estar en la escuela y lo interrogó: ‘es que hay golpe
de Estado’ le respondió tirando por la borda las precauciones de la madre.
Prendieron la Radio
Atacama, decían que estaban ingresando tropas militares a la radio y luego el
silencio incómodo de cuando se cortan las transmisiones. El resto de las
señales emitían bandos militares y marchas. En la tarde, Lincoyán Cepeda,
secretario político de la juventud socialista llegó a decirle a la encargada
del frente de masas que había rumores de una división de las fuerzas armadas
leal al gobierno, dirigida por el General Prats.
Más tarde,
recibió una visita inesperada. Según la planificación ante un golpe, el punto
de reunión sería Paipote pensando que los trabajadores de la Fundición, sumado
a los mineros que abundaban en Tierra Amarilla defenderían el gobierno. No
contaban con que los militares lo supieron o lo previeron y cortaron el camino
entre Paipote y Tierra Amarilla a primeras horas de la mañana y detuvieron a
varios de sus dirigentes.
Casi toda la
dirección del PS se encontraba en la fundición: Pedro Pérez, Leonello, Faúndez,
Lincoyán Cepeda y Jaime Sierra. Las casas de seguridad habían fallado, por lo
que Vincenti le pidió a Magaly su casa. Ella se las prestó, advirtiéndole que
no tenía cortinas, sólo visillos que se traslucían durante la noche y que
usaran todo lo que necesitaran. Así que ahí estuvieron. Mientras, los
trabajadores mantenían la toma de la fundición.
La mamá de
Magaly fue a verlos, les llevó té, café y en la conversación le manifestaron la
gran confianza que tenían en la fuerza a los trabajadores. Todo podría caer
menos la CUT, decían. Glorya, una amiga de Magaly, al ver luz en su casa fue a
saludarla y conocer al recién nacido. Pero después de golpear insistentemente
le abrió Leonello y con una mirada al interior se hizo un panorama. Reconoció a
Pedro Pérez y a un par más, así que no le creyó que estaban cuidando la casa
mientras Magaly volvía del Hospital. Ella, que también era militante, sólo le
dijo que no era prudente estar en el hogar de dos militantes socialistas demasiado
conocidos en la fundición.
Horas más tarde
llegó un compañero de la juventud, David, a hablar con Magaly. Le pidió que lo
contactara con Leonello o alguien de la dirección regional. Ella tenía el
compromiso de no revelar a nadie su paradero, pero ante la gravedad de lo
expuesto tomó la decisión de ir a verlos y consultar. Los militares amenazaban
con bombardear la universidad si no la desalojaban. Magaly lo llevó a su casa,
con el consentimiento de la dirección regional. Después supo que Vincenti creía
que no había condiciones para resistir y cualquier tipo de acción podía
desembocar en una tremenda masacre. Conclusión no compartida por todos, pero
que prevaleció. David, además, se había dado la misión de pasar por la sede de
su partido de calle Maipú y quemar toda la documentación que podía
comprometerlos o permitir mayores persecuciones, cuando los militares la
allanaran.
De hecho, los
militares comenzaron a revisar los buses antes de que subieran los trabajadores
a Paipote y los que llegaban del término del turno. Fue una señal de que no era
seguro mantenerse en Paipote y el día 12 dejaron la casa de Magaly.
Un par de meses
después, cuando a su esposo lo exoneraron por razones políticas de la Fundición
y limpiaban para dejar la casa -propiedad siempre de la empresa- Magaly
descongeló un pollo que tenía guardado para alguna emergencia. Fue una sorpresa
descubrir dentro de la pechuga, protegidos por una bolsa de plástico, los
carnés de militantes de todos los que estuvieron en esa vivienda el día del
golpe de Estado.
DETENIDO
En la
Universidad, a través de las visitas que su esposa le hacía, se enteraban del
estado del profesor. Decían que Vincenti estaba muy deteriorado, que lo
golpeaban mucho y lo estaban torturando, lo que provocaba tristeza e
indignación en los estudiantes que lo apreciaban. Y no eran pocos. Sus
compañeros y compañeras de partido estaban desperdigados, detenidos,
escondiéndose y muchos de ellos perdiendo sus trabajos. Magaly Varas lo vio
durante su detención en un par de ocasiones a fines de septiembre y principios
de octubre. Lo encontró más serio de lo habitual, caminando lento, sin
moretones ni heridas en cara o manos y agobiado por la situación.
-Me pidió que
estuviéramos tranquilos, que no arriesgáramos a nadie más, nada de locuras,
porque el golpe estaba consumado y esto no iba a ser como lo habíamos
imaginado. Que no había nada qué pudiéramos hacer más que cuidarnos. Él me
pidió expresamente y en la medida que yo pudiera conversarlo con otros
compañeros decirles que todos estuviéramos quietos, me dijo ‘tienen que
cuidarse todos porque acá, persiguen responsabilidades, pero de repente hay
compañeros que sin tenerlas igual la están pasando muy mal, es a criterio de
ellos’. Me insistió en que esto iba a pasar y los que estábamos afuera teníamos
que ser capaces de sobrevivir y cuidarnos entre nosotros.
La última vez
que lo vio, él le contó que saldrían pronto en libertad y que muy probablemente
los relegarían a Chaitén.
SALA DE CLASES
Adriana estaba
en la sala de clases donde le correspondería la asignatura de física. El
profesor reemplazante llegó y les informó que no la haría porque le acababa de
llegar la noticia que había fallecido Leonello Vincenti. Fue un momento muy triste
que ella resintió más aún ante la alegría de algunos de los presentes, cercanos
a la derecha y de ideología claramente fascista. Un año después de estos
hechos, un grupo de compañeros de universidad le mostraron fotos de un lugar
del cementerio cubierto de cruces pequeñas, artesanales. Habían sido ellos, que
entraron durante la noche y las pusieron en homenaje a Leonello, a los
estudiantes y profesores asesinados, como también de los restantes caídos.
Conocían a muchos de ellos y se decía que en ese lugar los habían sepultado
clandestinamente, en el patio 16.
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