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Una silla vacía con su chaqueta en la escuela
Fue una noche
del seis de agosto del año 1974. Guillermo Rojas Zamora hacía unos meses que
había vuelto a Chañaral, junto a su esposa, Carla, y sus dos pequeños hijos:
Guillermo -de siete meses- y Ximena, de cuatro años. Hacía clases en la escuela
Consolidada de Chañaral. Durante los años de la Unidad Popular se había
trasladado a El Salvador, donde ocupó el cargo de supervisor en educación, y
una de sus gestiones fue la creación del Liceo para los estudiantes que
necesitaban la enseñanza media, para así poder continuar viviendo en la ciudad
y no tener que emigrar a otros lugares para obtener la enseñanza media.
Pero tras el
golpe de Estado lo despidieron, en febrero de 1974. En Chañaral lo recibieron
con los brazos abiertos en la escuela donde anteriormente trabajaba. Hacía diez
años que ejercía la docencia, como profesor de Estado de la Universidad de
Chile, con especialidad de biología y química, tenía una gran fe en la
educación como herramienta para salir de la pobreza y lograr cambios en el
país. Por eso lo recuerdan como un profesor cercano, preocupado de sus alumnos,
innovador.
- Él se
preocupaba de sus alumnos, enseñando más, buscando que ellos conocieran. En ese
entonces éramos tan cerrados como país, no había internet, nada, los libros
eran los que nos podían mostrar más cosas, siempre gastaba en libros y se los
pasaba a los alumnos. Los sacaba a terreno, algo que en ese entonces no se
hacía, cien por ciento dedicado y a eso le tuvieron miedo –recuerda Carla Brown
sobre la faceta de profesor de su marido.
Estela Tapia fue
su alumna en aquellos años.
-Estaba en
primero, en ese tiempo de humanidades. Fue el 65, 66 hasta el 69 fuimos alumnas
de él, hasta quinto humanidades. Era terriblemente pedagógico, enseñaba hasta
que uno aprendiera y cuando había pruebas en las tardes, nos hacía
reforzamiento. Muy amoroso, muy sicólogo, entendía, para esa época que los profesores
eran tan rígidos que a uno le daban miedo, nosotros en él confiábamos y lo
queríamos mucho. Ahora los alumnos nos confían cosas a los profesores en esta
época, pero en esa, no. Enseñaba muy divertido y lúdico.
Sobre sus
métodos pedagógicos Estela recuerda:
- Él hacía
química y ciencias naturales, para ver lo de los musgos, líquenes, íbamos el
día sábado, salíamos al cerro y ahí hacía la clase. Salíamos en la mañana y
volvíamos en la tarde y llevábamos nuestras cositas, como paseo, después para
la playa para ver el vertebrado, el pescado. Claro, una vez nos perdimos, nos
fuimos por la Quebrada del Cabrito y aparecimos en Barquito, se perdió el curso
y era así, muy bueno. Él nos daba muchas facilidades para que uno aprendiera y escribía un 1 bien grande en la pizarra y el
que copiaba le ponía sin ningún temor el 1 porque decía ‘yo le doy el máximo de
confianza, quiero lealtad y son valores que se van enseñando con el ejemplo’.
Así que nadie se atrevía a copiar, más que por temor al uno, era como vamos a copiar
si el profe nos ayuda, nos quiere, nos enseña. Él era una persona maravillosa.
Esa noche él no
tenía clases, pero fue a reemplazar a una profesora que estaba con licencia. El
jeep azul marino con patente de Las Condes se paró afuera de la casa, Carla les
abrió, eran tres, le dijeron que necesitaban hablar con Guillermo, ella les
respondió que él estaba en clases. Carla no sospechó que se trataba de agentes
de la DINA.
Su marido no
volvió esa noche. Pero sí llegó una persona proveniente de la escuela, a
decirle que se lo habían llevado arrestado. En la Comisaría de Chañaral le
respondieron que estaba detenido y saldría libre al día siguiente. Pasaron las
horas y no lo liberaban. Al llegar la noche les informaron que ya no estaba
allí. Amigos y familiares ayudaron a
buscarlo en distintos lugares donde podrían haberlo llevado, pero nadie decía
saber nada de Guillermo. Y pasaron las años.
Muchos años más
tarde, Carla estaba viendo la televisión, cuando un rostro la sobresaltó. Se
trataba del “guatón Romo”.
- Yo no sabía
quién era Romo, pero a mí nunca se me olvidó su cara. Apareció en la televisión
y verlo fue una cosa así como que se me salió todo el cuerpo y dije ese estuvo
en mi casa y efectivamente en agosto del 74 cuando Guillermo desaparece… es
donde más gente desaparece y él había hecho la gira por el norte.
HISTORIA DE AMOR
“Alcancé a estar cinco años y medio casada y cuarenta y cuatro años esperando”. Así resume Carla esta historia de amor interrumpida por la desaparición forzada de Guillermo. Todo comenzó en Antofagasta, él había llegado al puerto junto a su familia proveniente de Caldera, debido al trabajo del padre. En el liceo se hicieron inseparables con el hermano de Carla -mismo padre pero distinta madre-, amistad que permaneció intacta cuando ambos ingresaron a la universidad. Por él se conocieron, cuando Carla llegó a estudiar a Antofagasta, se enamoraron, pololearon cuatro años esperando que ella terminara sus estudios como profesora y se casaron. Tenían once años de diferencia.
Ella lo recuerda
como un muy buen papá:
-Entonces cuando
en un principio desaparece y lo empezamos a buscar y me dicen ‘es que se fue
con otra persona… con otra mujer’. Yo sabía que él nunca iba a dejar a sus
hijos… en la vida uno puede cambiar esposa o esposo, pero ni a los hijos ni a
los padres puedes cambiar – me cuenta mientras conversamos en su oficina y me
asegura que tenía la convicción que nunca los habría abandonado, menos sin
despedirse.
Su hija Ximena,
a pesar de su corta edad cuando su padre desapareció, atesora recuerdos.
-Se acuerda de
imágenes y me pregunta si yo las recuerdo, como que fuimos al zoológico en
Santiago, o que ella lo iba a buscar al trabajo, cosas de la casa de navidad,
como que de repente se le viene a la cabeza como pantallazo y me pregunta y si
es cierto y yo le respondo que eso pasó. En cambio, Guillermo no tiene
recuerdos, si no como mis nietas y nietos que tienen lo que hemos podido
conversar, lo que han ido escuchando. Ya son adultas, porque ya tienen 21, 22,
17 años ya comprenden y se preguntan el por qué, porque ellas no vivieron en la
dictadura así que les resulta más extraño… también quieren saber y es un
replicar de emociones, lo que les puedo dejar – relata Carla.
Ximena nació
antes de tiempo. Carla despertó con la
ruptura de la bolsa, Guillermo la llevó entonces al Hospital y volvió a tomar
unos exámenes. Volvió y Carla estaba con trabajo de parto y él, cerca
corrigiendo los exámenes. No pudo terminar y volvió al colegio con la noticia
de que había sido padre y era tanta la felicidad que no podía evaluar, por lo
que todos tenían un siete. Cuando Guillermo llegó a esta vida, su padre estaba
también fascinado, porque tenía un hombre en la familia.
La familia de
Guillermo Rojas era de derecha. De hecho, uno de sus hermanos era militar,
quien no contestó al llamado desesperado de Carla y sólo ofreció su ayuda tras
jubilarse. En cambio, sus suegros fueron una gran familia, preocupados por sus
nietos y su entonces joven esposa, el suegro murió unos años después de la
desaparición de su hijo, “no aguantó la pena”, reflexiona Carla; mientras que
la suegra vivió hasta los 98 años, esperando.
-Nunca perdió su
capacidad de memoria, hablabas con ella y estaba lúcida, aún esperando por su
hijo. Siempre me decía que si sabía alguna noticia, fuera la que fuera, nunca
se la ocultara, yo siempre le decía que le iba a decir la verdad, que era un
compromiso y eso no pasó.
AÑOS TAN DUROS
Carla, el año 1974,
trabajaba también como profesora en Chañaral. El jefe de zona la despidió, bajo
el argumento de que “habiendo tanta gente de derecha cesante yo no podía
pretender trabajar”, recuerda aún con un destello en sus ojos. Afortunadamente
tenía una familia en Copiapó que la recibió, tomando en cuenta que un
desaparecido no recibía sueldo, licencia ni la posibilidad de pensiones para
sus familias.
En el Liceo
Católico Atacama Carla volvió a trabajar. No llevaba una semana cuando uno de
los sacerdotes recibió una llamada anónima, reclamando por su presencia en el
establecimiento:
- Cuando me
contrataron nunca me preguntaron nada y yo no dije nada. Después de la llamada,
me llamaron a la oficina y el padre Jean me dice “Carla, qué pasa, me llamaron
de forma anónima de tal cosa”. Habían pasado cuatro años, le conté lo que había
pasado y me responde ‘tranquila, seguirás trabajando… y yo sé quién fue la
persona que llamó, porque le reconocí la voz’. Así que desde esa fecha nunca
más me sentí desprotegida. El Liceo Católico pertenece al Obispado y terminé de
trabajar allí después de 30 años y vuelvo a trabajar acá al obispado, en la Fundación
IEP. Nunca faltó nada, en eso debo dar gracias porque no fue la misma situación
de otras mujeres esposas de detenidos desaparecidos – me relata Carla en una
reflexión sobre uno de los aspectos menos narrados de las mujeres que vivieron
las desapariciones forzadas: el empobrecimiento.
- Conversé con
una de ellas, que su marido fue fusilado y me decía que no puede perdonar
porque me decía ‘mírame las manos, trabajé de lavandera, pucha cuánto tuve que
trabajar, tenía 6 hijos’, uno sufre de muchas maneras. Aquí uno sufrió no solo
por lo militar, los civiles tienen mucho que decir en esto. Yo estaba en
Chañaral y la gente cruzaba la calle para no saludarme, gente que conocía. Mis
papás, mis abuelos habían tenido participación, colaboradores con el pueblo y
sin embargo… uno puede decir que era miedo, pero los amigos verdaderos no tuvieron
miedo y estuvieron conmigo – continúa esta mujer ya mayor sobre aquellos años.
Las gestiones de
la familia de Carla llegaron lejos. Ellos tienen doble nacionalidad italiana, y
sus padres y abuelos hicieron las acciones con su embajada en torno a la
desaparición de Guillermo. Desde la embajada de Italia le preguntaron al
gobierno chileno qué había ocurrido con el profesor, cónyuge de una ciudadana
italiana, a pesar de que dicho país había cortado relaciones diplomáticas con
Chile por esos años. La respuesta práctica fue la amenaza de expulsar a toda la
familia si continuaban las preguntas y ante la posibilidad del exilio, Carla no
decidió no irse, temiendo no encontrarse con Guillermo si estaba vivo y salía
libre.
Recuerda con
cariño al Obispo Fernando Ariztía, como una persona preocupada de ella y su
familia, cariñoso y siempre preguntando si había novedades respecto a
Guillermo. Recuerda haber participado de una reunión con familiares de
detenidos desaparecidos, en su rol activo en materia de violaciones a los
derechos humanos, como también sentirse protegida con un líder que no le tenía
miedo a los militares. “Siento que a él se le debe mucho en la región”, dice
Carla.
EL LÍDER
Guillermo amaba
pescar. Tenía amigos y amigas en Chañaral, con quienes compartía este
pasatiempo. Le gustaba leer, sobre todo temas científicos, especialmente
física. Era militante del Partido Socialista, conocía a mucha gente en la
ciudad, y había emergido como un líder durante los aluviones de 1972.
-Se viene el Río
Salado y queda divido Chañaral donde estaba la bomba y el cementerio y toma
todo abajo y muchas de las casas que se anegaron ahora también lo hicieron el
72. Él parte a organizar la comunidad, en esos años teníamos menos
herramientas, no existían redes sociales. En Chañaral había un teléfono. Ahí se
hace un líder social en la comunidad, un referente. Su participación política
no fue tan grande para las consecuencias que tuvo. Le tenían miedo, tenía poder
de convocatoria, eso sí, un gran poder de juntar, aglutinar - recuerda Carla.
Consultada sobre
el proceso judicial, Carla cree que no tiene destino para averiguar el paradero
de quien fue su esposo.
- He dado declaraciones
en tantas partes y no hay mayores antecedentes, no hay registros de él en
ninguna parte y no me cabe ninguna duda que lo mataron en el camino y no llegó
a ninguna parte. Entonces él podría estar en cualquier lugar en el mar, con
tanta costa y lo dejaron por ahí. Una vez mi hija fue a ver un brujo, ella no
le dijo nada de su papá y el hombre le dijo: “tu papá siempre está al lado de
ustedes y él está en un lugar muy bonito, húmedo”. No es posible que hayan
encontrado a tanta gente y él no es el único, hay más personas que no han
aparecido. Lo encuentro terrible e injusto. Si estaba tan mal este país, por
qué no llegó la dictadura y ordenó no más las cosas, pero no matar y
torturar. Mi gran preocupación es que
van pasando los años, en esos años tenía 24 años, era una niña y me preocupa
irme y sin saber la verdad, porque yo le voy a dejar esa herencia a mis hijos,
y a mis nietos y ellos tendrán que tomar la posta de esto, la gente que tiene
que decir algo se está muriendo o dice que está enfermo y no avanzamos. Para
cerrar heridas también tiene que haber verdad, como mínimo. No estoy pidiendo
nada más que saber la verdad, es decir pasó esto, en tal parte quedó a lo mejor
ni siquiera podemos recuperar, pero saber dónde está, porque en este minuto no
sabemos y siempre estamos con esto –reflexiona Carla sobre un proceso que en su
familia aún no ha concluido.
LA SILLA VACÍA
La escuela
consolidada en la actualidad es el Liceo Federico Varela, donde se ha
transmitido oralmente y casi como un mito, sin documentos oficiales que avalen
la historia, la desaparición de Guillermo Rojas. Un profesor de la escuela, que
fue sacado de su sala de clases en la escuela nocturna por agentes de la DINA,
quedando su chaqueta colgada en su silla vacía de profesor.
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